Lectores para conocer el mundo

Antonio Ramos Revillas
Mayo-junio de 2021

 

 

Entré al mundo de la literatura infantil y juvenil por Ariana Squilloni, quien me invitó a colaborar en una colección que la editorial Progreso iba a lanzar a principios de 2007. La convocatoria me tomó por sorpresa, puesto que nunca había considerado realmente escribir para niños y me encontraba en una etapa de mucho trabajo como becario de la Fundación para las Letras Mexicanas.

Tomé la idea con gratitud y empecé a preguntarme qué podía escribir para la colección que llevaba el título de Piel de gallina y que buscaba sobre todo títulos de terror para niños de entre ocho y doce años. Los primeros problemas a los que me enfrenté fueron que no sabía qué podía gustarle a los niños de esa edad y que nunca antes había escrito un libro de terror ni siquiera en mis cuentos de literatura tradicional —como la llamo ahora cuando quiero diferenciarla de los libros para niños o jóvenes—.

El siguiente problema es que no sentía que aquello fuera lo mío. Avancé un par de capítulos con la historia de una niña que se pierde en una unidad habitacional y lo dejé.

Me entretuve con otras historias y decidí no continuar hasta que un mes después volví a recibir un correo de Ariana preguntándome si tenía alguna propuesta. Le envié los dos capítulos que había escrito y mientras le contestaba el correo electrónico imaginaba de golpe de qué trataba la novela: la historia de un hombre pájaro que se robaba a niños de una colonia, y uno de ellos, el personaje principal, debía salir a recuperarlos.

Su respuesta no tardó en llegar y me animó a entregarle el resto de la novela. Yo mismo fijé el plazo: en dos meses la tendría. Esos dos meses se volvieron cuatro, pero la novela avanzó a buen ritmo. Mientras la escribía iba respondiéndome varias cuestiones que la misma historia me impuso: los niños no son héroes, son niños, por increíble que parezca recordar esto; me refiero a que tienen miedos, esperanzas y son tan veleidosos y grises como los adultos; por lo mismo, un buen libro para niños y jóvenes, más allá de la aventura, debía tener al menos una pátina de esa incomodidad por vivir.

La segunda pregunta tenía qué ver con el terror: ¿por ser literatura para niños debe omitir el terror puro, rudo, incluso gore? Mi respuesta fue que los niños eran lectores muy inteligentes y, sobre todo, astutos. Iban a entender rápido cuando los quisiera engañar o “no asustarlos” con una narración feliz, coloreada y tradicional. Así que me di vuelo con cierta rudeza.

La tercera pregunta fue: ¿los libros para niños deben tener un final feliz? Conforme terminaba la novela me dije que no. Los lectores infantiles saben que la vida es cruel, todos los días lo ven en su casa, en las escuelas y en los contenidos que consumen. Si bien en la LIJ hay un espacio para la esperanza, ésta no debe inundarlo todo y también debe mostrar algo de ese mundo percudido y real en el que vivimos. Así que en la historia el personaje principal cumple ciertos pasos del héroe pero, como en la vida, no lo resuelve todo.

Con estas tres directrices escribí en cuatro meses Los cazadores de pájaros, que este 2021 cumple más de quince años en el mercado y cuenta con más de diez reimpresiones, y para mi fortuna, lectores, ahora también bajo el sello Edelvives, que compró a Progreso en 2013.

El libro salió publicado, me invitaron a presentarlo en la FILIJ —Feria del Libro a la que realmente nunca había asistido puesto que yo quería escribir literatura tradicional— y ocurrió lo que esperaba: un cuenta cuentos relató la historia, hubo dulces y firmé algunos libros. Luego me olvidé.

A los meses, en el blog que escribía entonces, recibí el mensaje de una lectora escribiéndome que la novela le había gustado muchísimo. Tuve la fortuna de encontrármela semanas después en un acto público. Me contó que había tomado un taller de escritura para niños donde habían comentado mi novela. Aquello me agradó, pero no lo siguiente que dijo: “aunque la instructora dijo que esa novela era el mejor ejemplo de cómo no se debía escribir para niños y citó tres o cuatro cosas, es decir: la novela no tenía un final feliz, no era tan fácil de leer y los personajes eran medio ambiguos, no se sabía si eran buenos o malos”.

Todo aquello que yo había decidido, entonces, estaba mal. Medio desanimado volví a casa y me dije: “bueno, yo sabía que no era escritor de libros para niños; de literatura tradicional, pues ya se verá”.

A los días me hablaron de la editorial para invitarme a una escuela que había comprado la novela. En el mundo de la literatura para adultos se espera que los libros lleguen a las librerías, pero en el de la LIJ, lo que se espera es que lleguen a las escuelas. Primera cosa que me llamó la atención. Me prometieron llevarme a comer después y quienes me conocen saben que es lo único que espero en la vida, así que acepté la invitación.

Salimos a Tula muy temprano para poder estar a las diez en el colegio. Me tocó dar la charla con niños de entre ocho y nueve años en la capilla de la escuela marista. Alineados, todos los niños tenían la novela sobre sus pupitres. No sabía qué hacer y ellos se veían realmente ansiosos por preguntar, así que pasé directo a esa parte de la charla.

Lo que ocurrió en esa capilla de muchas maneras definió mi visión sobre la LIJ. Una niña alzó la mano para decir que lo que más le gustaba de la novela era que no tenía final feliz. El resto de los niños asintió. Otro niño alzó la mano y dijo que, para él, la parte más divertida había sido cuando Martín —así se llama el personaje de la novela— tiene mucho miedo porque le recordó a él. Casi al final, otra pequeña anunció: “lo que más me gusta es que nos hablaste del secuestro infantil y nadie nos quiere decir de eso”.

Salí de ahí con la confirmación de que nadie lee en desventaja, es decir, leemos con todo el interés, la inteligencia y la creatividad que tenemos a la mano. Que los niños son lectores inteligentísimos a los que a veces se les ningunea por el mismo concepto de infancia. Lo más grave aún: buscamos historias no para prepararlos o mostrarles el mundo como es, sino para narrarles utopías de bondad y buenas costumbres que, en el fondo, solo los preparan para el desengaño.

Desde entonces, cada libro que he escrito para niños tiene un poco de amargura y desolación, no como para deprimir a nadie, pero sí para mantenerlos alerta. Algunos son muy invasivos, como Yo te pego, tú me pegas, cuya lectura siempre remueve cosas en los niños, pero mucho más en los adolescentes y adultos, y otros han sido mucho más tranquilos como Mi abuelo el luchador.

A la fecha, no sé cómo o qué es escribir literatura para niños y jóvenes, aunque tengo algunas pistas sobre qué deben contener, cómo bordear los temas por más complicados que sean y encontrar un punto medio en el que despierte la inteligencia y la sensibilidad lectora de los niños y las niñas a quienes le llegarán.

Últimamente he pensado mucho también en que así como nos hacen falta los libros que nos enfrentan a nuestros demonios, también los que nos llevan a la esperanza. Lamentablemente para mí, no he logrado dar o encontrar ese tono. Tal vez con el próximo libro lo logre. Y si no, puede que con el siguiente, una cosa sí me queda claro: debe mostrar la infancia con sus cosas buenas y malas y debe haber respeto. Los niños saben muy bien cuando solo les quieres contar un cuento de hadas para quitártelos de encima.

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Antonio Ramos Revillas

(Monterrey, Nuevo León,1977)

Narrador y editor. Estudió la carrera de Letras Españolas en la Universidad Autónoma de Nuevo León. Titular de la Dirección Editorial de la Universidad Autónoma de Nuevo León. Ha colaborado en medios como Blanco Móvil, Cátedra, El Norte, El Polemista, El Porvenir, Este País, Letras Libres y  Nexos, entre otros. Becario de la Fundación para las Letras Mexicanas, el Fonca y el Centro Mexicano de Escritores. Ha obtenido, entre otros reconocimientos, el  Premio Nuevo León de Literatura 2003 por Todos los días atrás, el Premio Nacional de Cuento Joven Julio Torri 2005 por Dejaré esta calle y el Premio Nacional de Literatura Joven Salvador Gallardo Dávalos 2007 por Sola no puedo. Su obra forma parte de las antologías También el último minuto,  Grandes Hits. Nuevos narradores mexicanos  y 15 autorretratos fugaces, entre otras.