Harry el sucio, de Don Siegel:
cine policiaco y crítica social

Moisés Elías Fuentes
Mayo-junio de 2021

 

 

Ilustración de la versión en formato DVD de Harry el sucio


El año de 1971, el director Don Siegel y el actor Clint Eastwood alcanzaron dos de los puntos más altos de sus respectivas trayectorias, con los estrenos de El engaño (The Beguiled) y Harry el sucio (Dirty Harry),[1] dos obras maestras de temáticas distintas, pero emparentadas por la descarada ambigüedad moral con que exponen sus respectivas tramas: la inesperada liberación erótica de un grupo de mujeres recluidas en un internado durante la Guerra de Secesión estadounidense; la lucha de un duro detective contra un brutal psicópata y contra un sistema judicial burocratizado que se desentiende de los derechos de las víctimas y, en cambio, protege celosamente los derechos de los criminales.

Dos décadas después de aquel exitoso 1971 murió, el 20 de abril de 1991, el guionista, productor y realizador cinematográfico Donald “Don” Siegel, retirado del cine, al que dedicó cuarenta años de su vida, desde sus inicios como editor en 1938, cuando estaba en su veintena (nació el 26 de octubre de 1912), hasta 1982, en que dirigió Jinxed, olvidable filme que nada dice sobre el sólido oficio de este realizador, quien ubicó sus mejores relatos en las fronteras en que colindan la razón y la irreflexión, la crítica al sistema y la obediencia al establishment, el anhelo individual de justicia y la violencia como lenguaje colectivo.

Contemporáneo de Richard Brooks, Robert Aldrich o Richard Fleischer, Siegel también se inició como realizador en el cine de serie B original,[2] y, al igual que ellos, se benefició de la libertad discursiva de la serie para fraguar una narrativa propia, en su caso particular caracterizada por los planos austeros, las atmósferas cotidianas asfixiantes y violentas y los personajes tipo, hábilmente trocados por Siegel con mínimos retoques que los volvían seres genuinos enfrentados a situaciones desmesuradas y aun irresolubles, lo que se verifica en filmes como La invasión de los usurpadores de cuerpos (1956), Contrabando (1958), Asesinos (1964), Los despiadados (1968) o Alcatraz, fuga imposible (1979), por citar unos cuantos títulos, en una carrera rubricada por grandes títulos.

Tal es la situación que sobrelleva el inspector de la policía de San Francisco Harry Callahan (Clint Eastwood), quien debe atrapar a Scorpio (Andy Robinson), tenebroso psicópata que aterroriza a la ciudadanía cometiendo asesinatos al azar, mientras chantajea a las autoridades, encabezadas por el alcalde (John Vernon), con la amenaza de acrecentar la cifra de crímenes si no le pagan una enorme cantidad de dinero. Relegado por dichas autoridades de su mando inmediato, el teniente Bressler (Harry Guardino), al fiscal de distrito Rothko (Josef Sommer) y el jefe de la policía Dacanelli (John Larch), Callahan sólo cuenta, aunque por poco tiempo, con el apoyo de otro rechazado, el agente chicano González (Reni Santoni).

Con base en Dead Right, historia elemental escrita por Harry Julian Fink y su esposa Rita M. Fink, y adaptada a la pantalla por los Fink y (sobre todo) Dean Riesner, Siegel concibió y dirigió un filme que transformó de una manera indeleble e inigualable la narrativa del cine policiaco: indeleble, porque ningún otro filme del género pudo sustraerse de su influencia; inigualable, porque de la legión de imitaciones que generó, salvo unas pocas honrosas excepciones, no ha surgido otra película con la personalidad de Dirty Harry.

Personalidad, sí, que se evidencia desde la secuencia de créditos, con las panorámicas en picada y contrapicada que el fotógrafo Bruce Surtees tomó desde altos edificios, filmadas con cámara subjetiva y cámara objetiva, de modo que a ratos vemos los hechos según el punto de vista de Scorpio (la muerte de la bañista), y según el de Harry (siguiendo su mirada en contrapicada descubrimos el sitio desde el que disparó el psicópata), alternancia que, prolongada a lo largo de toda la película, nos transforma en cómplices de los antagonistas: espectadores de una snuff movie cuando observamos, a través de la mira telescópica de Scorpio, a la nadadora mientras se ahoga por un disparo; gozosos voyeristas de la violencia cuando acompañamos a Harry en el tiroteo a las afueras del banco.

Realizador de corte clásico, ajeno a las experimentaciones distintivas de las décadas de 1960 y 1970, en Harry el sucio Don Siegel, sin infringir su vena clásica, introdujo una serie de rupturas narrativas, reflejadas por un lado en la fotografía de Surtees y su impecable manejo de la luz natural, la diurna al igual que la nocturna, quien equilibró la plasticidad visual de la ciudad de San Francisco con la violencia de la trama, de modo que no se interrumpen entre sí; por otro, en el trabajo del editor Carl Pingitore, quien desarrolló un montaje narrativo lineal engañoso que nos arranca de nuestra zona de confort mediante vigorosas y turbadoras intervenciones de montaje poético, las que alcanzan sus cotas más altas en secuencias como la de la golpiza al pie de la Cruz en Davidson Park, la de la tortura en el Kazer Stadium, la del club nudista o la de la persecución final, auténticos poemas de la violencia.

Poesía de la violencia, pero no solazada ni estancada en la violencia, toda vez que Siegel fue un poeta de las contradicciones morales del héroe solitario que quiere hacer valer la justicia en una sociedad indolente ante el sufrimiento de los ciudadanos comunes; poeta cinematográfico que se nutrió en la escuela de maestros como John Ford, Anthony Mann y Fred Zinnemann, directores que, como él mismo, adquirieron su destreza fílmica incursionando en diversos géneros. De tales influencias, Siegel aprendió a enlazar el noir y el western, enlace que en Dirty Harry fraguó al inspector Callahan, personaje en que se entreven los claroscuros del monomaniaco cazarrecompensas ideado por Anthony Mann en El hombre de Laramie, el vengativo rastreador de comanches retratado por John Ford en Más corazón que odio y, sobre todo, al sheriff traicionado por sus conciudadanos, como lo concibió Fred Zinnemann en A la hora señalada.

Indudablemente basado en estos personajes, Harry Callahan, sin embargo, no fue una simple derivación de aquéllos, sino su evolución: el pistolero que hacia 1870 imponía la justicia en los territorios arrebatados a las naciones indias, en 1971 impone la ley en el Estados Unidos capitalista, super organizado y estratificado del siglo XX, donde la justicia se ha trocado en un sistema burocratizado e improductivo. Y, para dar consistencia al inspector Callahan, Siegel sacó provecho de la experiencia que Clint Eastwood acumuló en los espagueti-westerns que interpretó bajo las órdenes de Sergio Leone, a más del ensayo que representó el alguacil Coogan en Mi nombre es violencia (1968), dirigida por el propio Siegel.

Pero, además, tanto en el desempeño de Eastwood como en el del resto del elenco se advierte la inteligencia de Siegel para la dirección de actores, a los que dio libertad de movimiento para intimar con sus personajes, de ahí que Harry el sucio está poblado de trabajos relevantes, de las breves pero sólidas apariciones de Harry Guardino, John Vernon o John Larch, a las intervenciones, más extensas, de Reni Santoni como el detective González y Andy Robinson como el psicópata Scorpio, quienes dotaron de enorme presencia a estos personajes, encarnaciones de los extremos morales en que se debatía la sociedad estadounidense de la era Nixon: González, el ciudadano que aún creía en los valores morales y la preeminencia del bien, a pesar de las contradicciones del sistema; Scorpio, el asesino inmoral que se vale de los vacíos de la ley para cometer impunemente sus crímenes.

Fue así como se presentó en el cine, acompañado por los juegos de planos generales objetivos y subjetivos de Bruce Surtees y las síncopas jazzísticas de un inspiradísimo Lalo Schifrin, el inspector Harry Callahan, tránsfuga del viejo oeste y hombre del siglo XX, revuelto a las desigualdades que sobrellevan los hombres y las mujeres de la vida diaria, a las que responde de la única forma que conoce: con disparos que devienen crítica.

Cuestionamientos sociales en clave de cine policial, que recibieron las puyas de muchos críticos especializados, que se apuraron a tildar Dirty Harry de película con inclinación fascista y exaltadora de la violencia. Análisis timoratos que no supieron (o peor: no quisieron) reconocer en la película una lectura inconcesiva de la sociedad estadounidense, tan pagada de sí misma que no se percibió (ni se percibe) atrapada en un sistema legalista pero injusto e indolente ante las injusticias. Lectura, en fin, rígida, que difiere de la flojedad con que esos mismos críticos especializados han analizado los derivados de Harry el sucio, casi todos, filmes carentes de enfoques sociales críticos y sí, en cambio, cargados de discurso ultraconservador y supremacista, aunque, las más de las veces, cubiertos con brochazos de posturas tolerantes e inclusivas.

Formado en el cine de serie B, Don Siegel entendió el cine como un vehículo de entretenimiento, mediante el que se puede plasmar una visión provocadora, contestataria y vital del mundo en que vivimos, tal como hizo a lo largo de su carrera, en la que nos dejó un puñado de obras maestras, entre otras, Harry el sucio. Este 2021, cuando se cumplen cincuenta años del estreno del filme y treinta del fallecimiento de Siegel, tenemos una gran oportunidad de saludar y revalorar a un director y un filme imperecederos.


[1] El engaño se estrenó en mayo y Harry el sucio en diciembre de aquel año.

[2] En su denominación original, el cine de serie B agrupaba a las películas de bajo presupuesto, que acompañaban a las películas de alto presupuesto en las funciones dobles. El perfil de cine escaso de difusión liberó a la serie B de las restricciones impuestas por la censura.

 

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Moisés Elías Fuentes

(Managua, Nicaragua, 1972)

Poeta y ensayista, ha publicado el libro de poesía De tantas vidas posibles (2007). En colaboración con Guillermo Fernández Ampié tradujo del inglés al español Ciudad tropical y otros poemas (2009), primer libro de Salomón de la Selva.