Feminismos sin fronteras:
el verde es nuestra bandera

Mariana Brito Olvera
Marzo-abril de 2021

 

 

A mis compañeras de Ni una migrante menos

 

“Migrantas por el aborto legal”, dice la bandera verde al lado de la cual estoy con mis compañeras y compañeres. Alrededor nuestro, hay muchas banderas más, de organizaciones sociales, de artistas, de escritoras, de jóvenes de la secundaria y estudiantes de la universidad. El gran espacio que nos nuclea y nos convoca: la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito.

Son un poco más de las 4:00 de la mañana en medio de un verano porteño, a un par de días de que el 2020 termine. La cúpula verde del Congreso de la Nación Argentina brilla en la oscuridad y miles de pañuelos y cubrebocas hacen consonancia con ella. Adentro, las y los senadores discuten si el aborto tendría que ser o no un derecho para las personas gestantes. Afuera, nos enteramos de lo que pasa ahí mediante unas pantallas enormes ubicadas en la calle, donde nos hemos instalado en vigilia hasta saber el resultado. Tenemos la experiencia de vigilias anteriores en 2018. La última trajo lágrimas debido al rechazo de la ley, pero no resignación. Lo que no se logró en el Congreso se había logrado en las calles: la despenalización social del aborto.

Van aproximadamente diez horas de discusión allá adentro; termina de hablar el último orador. Son las 4:05 de la mañana. Comienza la votación. Estamos aquí desde el día anterior, pero no nos vamos a ir hasta que termine el conteo. Mientras se lleva a cabo se escuchan cientos de voces al unísono: “¡que sea ley!, ¡que sea ley!”. Un estallido de gritos de felicidad, lágrimas y efusividad crea una enorme diferencia entre las 4:11 y las 4:12 de la madrugada porque ahora el derecho al aborto es ley en toda la República Argentina. “Resulta aprobado, con 38 votos afirmativos, 29 negativos y 1 abstención. Se convierte en ley y se gira al poder ejecutivo”. Las pantallas cambian el lema “¡Que sea ley!” por un “¡Ya es ley!” y las voces ahora corean este triunfo. De fondo suena la canción “Hasta la raíz”, de Natalia Lafourcade. Un humo verde permea el cielo que dentro de poco comenzará a clarear.

 

*

Tengo una colección de pañuelos. El primero de ellos lo obtuve en el entonces llamado Encuentro Nacional de Mujeres, en 2016, a los pocos meses de haber llegado a vivir a Buenos Aires. Ese año el encuentro se llevó a cabo en la ciudad de Rosario y yo había viajado con una organización de educación popular llamada Pañuelos en Rebeldía. Dentro de las actividades programadas, hubo un panel latinoamericano en el cual tuve la oportunidad de participar para hablar de lo que estaba ocurriendo en México. Había, también, compañeras de Honduras, El Salvador, Chile, Venezuela, Colombia, Paraguay, Costa Rica y más. Todas coincidían en lo mismo: tenían que dejar de matarnos y el aborto debía ser legal, seguro y gratuito en todos nuestros territorios. Cuando tuve la palabra, recuerdo haber dicho: “En México, todos los días son asesinadas siete mujeres sólo por el hecho de ser mujeres”. Después desarrollé un poco más, puntualizando cómo las condiciones económicas y sociales influyen en las situaciones de vulnerabilidad. Para terminar, dije una consigna que se había divulgado bastante en México a causa de los numerosos feminicidios: “Ni una menos, vivas nos queremos”. De inmediato, en coro, todas replicaron la consigna varias veces.

El pañuelo verde, que en un inicio se portaba principalmente en las movilizaciones y se colocaba en el cuello, comenzó a ponerse también en las mochilas, en los bolsos, en las cangureras, atado a las bicicletas. Los establecimientos gastronómicos, culturales o artísticos que adherían a la consigna comenzaron a colgarlos en sus paredes. Esto conllevó a pasar el símbolo del espacio de la movilización política a los demás ámbitos de la vida cotidiana: subir a un colectivo o al metro y ver verde, ir caminando por la calle y ver verde, llegar a un espacio a tomar una cerveza y ver verde. Nos permitió, también, una identificación con las compañeras y compañeres que lo portan, sintiendo que, si bien no sabíamos quiénes eran, algo teníamos en común. Los pañuelos son símbolo de lucha, de cuidado y de rebeldía.

El pañuelo para mí significó esto: unión. Ver las problemáticas que nos atraviesan más allá de las fronteras políticas y, al mismo tiempo, que ese horizonte común no borra las particularidades. Con el tiempo he ido juntando algunos pañuelitos verdes de distintos países, y, aunque el color los une a todos, cada uno tiene su estilo propio y sus consignas específicas. El que tengo de El Salvador tiene letras mayúsculas y acota el país al que pertenece: “Decidir es mi derecho. El Salvador”. Tanto en El Salvador, como en otros países centroamericanos como Honduras y Nicaragua, el aborto está prohibido sin ningún tipo de excepción.

El pañuelo de Chile tiene una imagen en blanco de dos mujeres: una de ellas sin playera, con un pañuelo atado en el cuello y con el puño en alto; la otra tiene pelo alborotado y sostiene una bandera que dice “Aborto ya”. Encima de la imagen tiene el lema “Aborto libre, seguro y gratuito” y en la parte de abajo se puede leer #Nobastan3causales. En Chile, la interrupción libre del embarazo no es legal y sólo está despenalizada bajo tres causales: riesgo vital de la persona gestante, patología de carácter letal del feto o por violación.

El de México lo uso habitualmente desde que me lo trajeron: tiene la imagen de unas trompas de Falopio que simula un papel picado color lila. Una de las trompas está hacia arriba, como si fuera un brazo con un puño en alto, pero en lugar de puño es un ovario el que está en posición combativa. Arriba de la figura se lee “aborto legal, libre, seguro y gratuito”. En México, varía en cada estado la situación en torno a la interrupción del embarazo, y sólo en Ciudad de México y Oaxaca se practica de forma voluntaria.

Nos distinguen nuestras condiciones específicas; nos agrupa el verde.

 

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Además de mis pañuelos verdes, hay uno al que le tengo mucho cariño y que, en gran parte, cifra la experiencia de algo que hace un tiempo comenzó a ser una realidad para mí: la de ser migrante.

Este pañuelito es fiusha y en él se puede ver a seis mujeres sosteniendo una manta. Las mujeres son diversas: altas, bajitas, con pelo largo o corto, con rizos, con pelo lacio, delgadas o robustas; una de ellas está cargando un bebé. La manta que sostienen dice “Ni una migrante menos”, el nombre de nuestra organización. Arriba de la imagen hay una frase: “América es nuestra, rompiendo fronteras”.

Ni una migrante menos es una organización de mujeres y disidencias migrantes en Argentina que se conformó el 8 de marzo de 2017. El pañuelo surgió como una necesidad de crear una identificación entre nosotras y nosotres y mostrar nuestras demandas. El “no ser de acá”, junto con las implicaciones que ello conlleva (lejanía de vínculos afectivos, mayor precarización laboral, mayor vulnerabilidad ante violencias machistas y racistas), nos agrupó y, también, nos empoderó para luchar por nuestros derechos, pues vivimos distintas opresiones al ser mujeres, trabajadoras y migrantes. En un país, como muchos otros, en el cual se privilegia la blanquitud, nos vemos enfrentadas a situaciones de racismo o exotización de nuestros cuerpos.

Antes escribí “no ser de acá” entre comillas porque, si bien es cierto que no soy de este país, el hecho de vivir, trabajar, construir en otro espacio, te hace pertenecer a él. Las personas migrantes tenemos un pie en cada territorio: el de origen y el de llegada. El problema radica en que en el país de destino no siempre hay acogedoras bienvenidas. Es por ello que, en un lugar donde constantemente te recuerdan tu condición de fuereña, integrarnos al movimiento de mujeres y disidencias ha sido crear un sentido de pertenencia. De ahí la importancia de que el Encuentro Nacional de Mujeres haya cambiado su nombre por el de Encuentro Plurinacional de Mujeres, Trans, Travestis, Lesbianas y No Binaries, una discusión que se fue dando a lo largo de los años y que de manera central cuestionaba los nacionalismos y las identidades biologicistas. Nombrar a nuestros encuentros de esa forma implicó romper con las fronteras que nos impiden estrechar más fuertemente los lazos entre quienes vivimos las opresiones del patriarcado.

Las migrantes hemos hecho nuestra la lucha por el derecho al aborto legal, nos sentimos herederas de las mujeres que nos precedieron en este camino y parte del legado del que se están apropiando las más jóvenes. El verde también es nuestra bandera, porque somos feministas, transfeministas, transfronterizas.

 

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A las 4:12 de la madrugada, también a mí me corren algunas lágrimas por la cara. Por un momento, miro a mi alrededor y me cuesta creer que estoy aquí, a miles de kilómetros de mi país, viviendo este momento histórico en la Argentina; pero, viendo a mis compañeras, nuestras banderas, nuestros pañuelos, me siento sumamente anclada a este lugar y a este momento. Me giro y vivo esta alegría colectiva, me siento parte de ella y deseo que también en México y en otros países de América Latina nos veamos rodeadas de esta dicha que ya se está construyendo en todas partes.

La gran consigna de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito ahora no sólo es demanda, sino realidad: “educación sexual para decidir, anticonceptivos para no abortar, aborto legal para no morir”. Las mujeres y personas con otras identidades de género con capacidad de gestar tienen derecho a interrumpir legalmente su embarazo hasta la semana catorce.

Ya es ley, pero los pañuelos no se guardan. Porque el siguiente paso es asegurarnos de su debida implementación y también porque el derecho al aborto es sólo uno de nuestros logros en el camino hacia nuestra liberación.

El día en que el derecho al aborto se hizo ley, recuerdo haber visto una cartulina con una frase: “justicia social es poder decidir”.

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Mariana Brito Olvera

(Ciudad de México, 1989)

Escritora. Estudió Letras Hispánicas en la unam. Fue becaria de la Fundación para las Letras Mexicanas y del Programa Jóvenes Creadores del Fonca en el área de Ensayo. Actualmente vive en Buenos Aires, en donde forma parte de Ni una migrante menos (Argentina) y coordina un taller de lectura sobre escritoras mexicanas.


Fotografía: Miguel Ángel Flores Vilchis

 

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