"Aquellos que no quieren olvidar lo que siempre amaron". Antología personal, de Carlos Montemayor

Hugo Esteve Díaz
diciembre de 2024-enero de 2025

 

Acercarse a Carlos Montemayor es acercarse a distintos Carlos. Es acercarse al narrador, al periodista, al abogado, al profesor, al cuentista, al novelista, al ensayista, al activista social, al traductor, al políglota, al cantante de ópera y al poeta, entre los muchos que hubo.

Mi acercamiento con mi Carlos —nótese el posesivo— fue, primero, con el novelista a partir de esa magnífica obra llamada Guerra en el paraíso, una de las muy pocas novelas que han servido como fuente para la investigación, la crónica y el ensayo sobre el movimiento guerrillero alzado en el estado de Guerrero, en la década de los setenta, del siglo pasado. Confieso que ese es el Carlos que mejor conozco: el novelista, el cronista y el ensayista por excelencia sobre la guerrilla.

Por ello —y permítaseme la referencia— ese Carlos es el que aparece en los dos tomos de la antología del cuento guerrillero que tuve el privilegio de compilar. El primero: “Casino militar, que aparece en el tomo uno titulado Accidente de la razón (2018), y el otro con el nombre de “Montserrat, la madre”, integrado en el segundo tomo, denominado En las cavernas de la memoria (2023). Desde luego, el primero extraído de su renombrada y ya antes citada Guerra en el Paraíso (1997); el segundo, de Las mujeres del Alba (2010), publicada muy poco después de su partida.

Sin embargo, y tras un tímido acercamiento de mi parte al Carlos poeta, se puede percibir de inmediato el sentido franco, descarnado y transformador de sus versos. Es a partir de Las armas del viento —su obra poética primigenia— en donde uno encuentra ya los vestigios del compromiso social y literario que distinguirá la narrativa de nuestro Carlos ensayista, cuentista o novelista.

Entonces, descubrimos que en el origen tenemos al Carlos poeta, y que luego vendrán los demás Carlos, sobre todo si partimos del hecho de que este poemario se remonta hasta 1977. Por ello, Las armas del viento presagian en cada una de sus odas no sólo la cotidianidad de sus reminiscencias, sino sobre todo la evocación temprana por el rescate de la memoria, que más tarde encontraremos en de manera notable en Las armas del alba (2003), su crónica novelada sobre el fallido intento de la toma al cuartel militar de Ciudad Madera, aquel remoto 23 de septiembre de 1965.

“Es un viento con tintes de oscuridad y remembranzas de muerte, una evocación del tiempo, una reflexión de la vida —nos dice su hija, la poeta y catedrática Victoria Montemayor Galicia—; un viento que evoca la memoria histórica de México, de su ciudad, sus avenidas, sus casas, sus parques; observa a la gente, los niños, la soledad y la pesadez humana; encuentra el templo, Tlatelolco, sus piedras desquebrajadas y manchadas de sangre”. [1]

 

Mira mi lugar, desmedido en dulzura y desiertos, abierto como el cielo y tu carne de viento,

poderosísimo en montes y metales.

Se llama Temósachic, se llama Madera, campesinos y tarahumaras miserables, ejércitos condecorados

por asesinar a un puñado de maestros rurales,

por arrojarlos a una fosa común como vísceras de ganado mientras el Gobernador explicaba:

“Pedían tierra, que traguen tierra”

Oda primera

 

Son, precisamente, las odas que componen Las armas del viento las que asientan los cimientos y edifican al futuro Carlos narrador, que con madurez y compromiso rescatará del olvido las luchas sociales de los campesinos, de los mineros, de los maestros, de los guerrilleros como Arturo Gámiz y Lucio Cabañas. Empero —hay que decirlo— en el poemario de Carlos no se encuentra la reminiscencia plañidera ni la remembranza idílica, ni mucho menos la denuncia panfletera; porque las evocaciones que nos presenta el autor son como las nuestras, como los montes, las sierras, los ríos, los vientos y también como las calles, las plazas y los corajes.

De ahí que sea una ironía el que Las armas del viento resulte un poemario ahora perdido, inconseguible y casi olvidado, incluso mutilado en sus distintas publicaciones. Lo encontraremos más tarde en la que quizás sea su primera antología: Abril y otras estaciones (FCE, 1989), la que además contiene la Elegía a Tlatelolco, así como la monumental Finisterra, que ahora se incluye al final de su Antología personal.

No me siento con la autoridad para analizar, ni mucho menos para criticar, la poética del maestro Carlos Montemayor. Bueno, y ni qué decir, si sabemos que el principal y más severo crítico sobre la obra del poeta parralense fue él mismo; lo que se explica por la cantidad de revisiones, modificaciones y hasta eliminaciones que hizo el propio Carlos en su obra a lo largo del tiempo, de ahí que encontremos distintas versiones de un mismo poema. O como afirma en la presentación de la presente Antología Eloísa del Mar Arenas —ella sí, estudiosa y especialista en la poética de Montemayor—: “[…] volvió a sus textos, pluma en mano, con el deseo de precisar la palabra [como] amoroso guardián de las palabras”.[2]

Por ello prefiero la comodidad del lector que contempla con pausa los versos y disfruta de la amalgama de palabras, evocaciones y sensaciones que nos permiten descubrir que “aún para lo oscuro hay palabras luminosas”. Desde esa comodidad tengo que celebrar y disfrutar esta Antología personal, y al mismo tiempo, agradecer a la Universidad Autónoma Metropolitana el que haya traído hasta “aquí, en este instante habitado por muchos”, un breviario poético tan significante, “deseando que nada hubiéramos olvidado”.

Encontraremos en esta breve, pero enorme Antología personal, una selecta recopilación de poemas, incluido ese “poema de largo aliento” —como lo describe Arenas Torresdey— a Finisterra, evidencia contundente de que “[…] el poder de la palabra bien empleada es inmenso”. En ese sentido, no es gratuito el que esta Antología lleve el adjetivo de “personal”. Por el contrario, resulta compresible si entendemos que la obra poética de Carlos ha sido una poesía dinámica, actualizada, reformada y autocrítica, como bien apunta Graciela Solórzano Castillo.[3]

Así, “… la sangre fluye” con la lectura de cada uno de sus poemas y el recorrido por sus versos nos evoca a nosotros mismos “(…) deseando que nada hubiésemos olvidado”. Leer, evocar y convocar a Carlos a través de esta espléndida Antología personal, es como se “Van convocando nuestros pasos por la tierra, el eco de las palabras dichas esos días”.

Con esta Antología personal, con estos versos del Carlos poeta, confirmamos que “No vendrán los años, no vendrá el olvido”. Que su palabra perenne se mantendrá como un eco que conforta a “[…] aquellos que no quieren olvidar lo que siempre amaron”.


[1] Victoria Montemayor Galicia, “Carlos Montemayor, Memoria e historia en el poema ‘Las armas del viento’. In memoriam, en Círculo de poesía, revista electrónica de poesía, en https://circulodepoesia.com/2021/02/carlos-montemayor-memoria-e-historia-en-el-poema-las-armas-del-viento-in-memoriam/ [Consultado el 28 de octubre de 2024].

[2] Eloísa del Mar Arenas Torresdey, “Presentación”, en Antología personal; México, Universidad Autónoma Metropolitana, 2023, p. 9.

[3] Graciela Solórzano Castillo, “La poesía de Carlos Montemayor a través de la edición crítica. El caso de los poemas suprimidos de Las armas del viento”, en (an)ecdótica, núm. 1, vol. 6, enero 2022, Instituto de Investigaciones Filológicas, UNAM.

Antología personal

Carlos Montemayor

México, UAM, 2023, 55 pp.

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Hugo Esteve Díaz

Escritor y analista político. Autor de Las corrientes sindicales en México (1990); Los movimientos sociales urbanos (1994); El sector social de la economía (coord. 1995); Las armas de la utopía. Tercera ola de los movimientos guerrilleros en México (1996), y Amargo lugar sin nombre. Crónica del movimiento armado socialista en México (1960-1990), entre otros.