Entre monstruos y artificios:
La sustancia,
de Coralie Fargeat

Verónica Bujeiro
diciembre de 2024-enero de 2025

 

 

Fotograma de La sustancia


El horror ha sido siempre una parte intrínseca del imaginario femenino, ya sea como una amenaza latente sobre sus cuerpos o como una fuerza que ellas mismas encarnan. Se manifiesta en cada rincón oscuro donde la violencia acecha, en la sombra de la propia anatomía, como un poder intimidante que debe ser acallado, e incluso en la imagen que devuelve el espejo, donde siempre se confabulan tensiones invisibles y feroces. Para paliar estas ansiedades, diversas industrias conciben milagrosos artilugios que sugieren: “¿Has soñado con una mejor versión de ti misma? Más joven, más bella, más perfecta”. A partir de esta pregunta, que bien podría ser formulada por el espejo mágico de la madrastra de Blancanieves, la cineasta francesa Coralie Fargeat (París, Francia, 1976) refleja las preocupaciones estéticas y discursivas de su breve filmografía, rompiendo la monotonía de las carteleras cinematográficas con La sustancia.

El filme sigue el desesperado periplo de la actriz Elizabeth Sparkle, interpretada por Demi Moore en un curioso ejercicio de mímesis, quien después de haber experimentado diversas etapas de la fama, donde las luces, los premios y el potente estímulo de saberse admirada por su belleza predominaban, ahora enfrenta el momento en que debe ser reemplazada, pues, a sus cincuenta años, ha alcanzado su “fecha de caducidad”. Como un producto con obsolescencia programada, Sparkle parece no tener vida más allá del insulso programa de ejercicios que dirige y tras sufrir un leve accidente, un misterioso agente le ofrece una solución fáustica: mediante la inyección de la sustancia que da nombre al filme, podrá crear una versión mejorada de sí misma, con la rigurosa condición de intercambiar, cada siete días, periodos de descanso con su copia, en los cuales se proveerá el componente vital que sostendrá la farsa de la eterna juventud.

El escenario inicial del filme se vincula con el subgénero hagsploitation, que combina elementos de horror y thriller para explorar la locura de la actriz desechada, una hag, término despectivo que alude a una mujer vieja, considerada inútil y desechable. Ejemplos clásicos de este subgénero incluyen Sunset Boulevard (Billy Wilder, 1950) y ¿Qué pasó con Baby Jane? (Robert Aldrich, 1962), en los que se abordan las graves consecuencias mentales de la fama ante la pérdida de los reflectores. No obstante, Fargeat va más allá al fusionar este género con el body horror del cineasta canadiense David Cronenberg, a quien la directora cita como uno de sus favoritos desde la infancia, e incluso con el gore de las criaturas imposibles de Nightbreed (Clive Barker, 1990), además de algunos elementos del ensueño edulcorado de los cuentos de princesas conformando un producto que goza de un desparpajo y libertad considerables.

 

Fotograma de La sustancia

 

Al aceptar, sin un aparente pago de por medio, lo que “la sustancia” le propone, Elizabeth introduce en su cuerpo un componente activador que provoca una especie de parto en el que se lleva a cabo el brutal desdoblamiento. Así, la versión mejorada de Elizabeth, Sue —interpretada por Margaret Qualley, modelo de perfección caucásica—, sale a la luz y pronto encuentra la manera de reemplazar a la original dentro del mismo universo, funcionando como la imagen que satisface las necesidades del mercado. Sin embargo, la fama y el brillo comienzan a distorsionar el equilibrio acordado cuando la versión joven busca más tiempo a costa del cuerpo de la original, lo que precipita su decadencia. En venganza, Elizabeth opta por las infracciones más impensables para un cuerpo femenino idealizado: llenarse de comida y holgazanear durante su tiempo de recuperación. Esto provoca en el cuerpo de Sue modificaciones alucinatorias, y su ira desencadena un ciclo irreparable de furiosa rivalidad. Ambas intentan, sin éxito, recurrir al servicio al cliente de la misteriosa compañía que les suministra el plasma, pero solo reciben el recordatorio de que son dos caras de una misma entidad que para sobrevivir deben de respetar el equilibrio, advertencia que, desde luego, no será atendida. La lucha entre ellas, y los acontecimientos que las rodean, generan una amplia gama de emociones en el espectador, donde conviven la risa, el horror, el asco e incluso la identificación, especialmente con el cuerpo en desventaja de Elizabeth, quien detrás de todo el artificio de su imagen ha sido siempre víctima de sus propias inseguridades como el resto de los mortales.

La narrativa del filme nos sumerge en un absurdo donde la profundidad de los personajes se vuelve innecesaria, ya que se alimenta de la inmediatez de sus motivaciones y va forjando una trama enloquecida que nutre la “viscosidad” de la farsa, suspendiendo nuestra incredulidad ante los más ridículos y cruentos eventos. A su favor también tiene el asumir un trepidante ritmo que parece acorde a la narrativa social contemporánea, en la que el creciente déficit de atención exige estímulos constantes, ejemplificados en los colores saturados e intensos primeros planos que remiten tanto al apetito insaciable del entretenimiento y el consumo, como a la gratificación instantánea de la pornografía. Estos elementos conforman, a su vez, un punto de interés para Fargeat en su exploración de la hegemonía y la violencia de la mirada masculina sobre los cuerpos femeninos, representada en este caso por el empresario televisivo Harvey (interpretado con rigor yanqui por Dennis Quaid) y su equipo de clones, una temática también abordada en su anterior filme Revenge (2017), bajo el mismo tono ilustrativo de dedo flamígero que no logra profundizar en sus causas.

 

Fotograma de La sustancia

 

En su breve filmografía, Fargeat ha demostrado ser fiel a sus obsesiones, como se puede comprobar en el cortometraje Reality + (2014), donde también se explora la insatisfacción con la imagen corporal, remediada mediante la implantación de un chip que, al igual que en la premisa de su último largometraje, requiere un reposo de doce horas para conservar su efecto y por supuesto, causa diversos desaguisados en sus protagonistas. Esta obsesión por los ideales de belleza y la inseguridad ante la percepción de los demás encuentra un espacio más adecuado para su exploración en La sustancia, aunque de fondo sostienen el mismo mensaje. Por medio de la intervención/pacto que realiza Elizabeth Sparkle, Fargeat penetra en la relación entre cuerpo e identidad, mostrando cómo la imagen se ha convertido en el principal valor para determinar la existencia. Dentro de este universo, la obsesión por la imagen no sólo condiciona la percepción de los demás, sino que define la percepción de uno mismo, al grado de que la identidad individual se diluye para aspirar a ser reemplazada por una versión que logre cumplir con deseos e imposiciones ajenas. Esto nos sitúa en un auténtico atisbo a un infierno que no es del todo desconocido. Sin embargo, la realizadora no ofrece una postura crítica frontal, ya que se concentra en el regodeo apoteósico de la descomposición de la materia, adoptando un tono farsesco del cual resulta complicado rescatar alguna conclusión alusiva. En su lugar, acaso nos lega una afectación que prevalece en los sentidos.

Ya al salir de la sala de cine, varios rostros nos confrontan desde una superioridad programada, generando un fuerte contraste con nuestro reflejo de personas comunes. Quizás más tarde, alguna publicidad acalle la ansiedad que esto nos provoca, ofreciéndonos en cómodas mensualidades una milagrosa “sustancia” que logre la reparación parcial o total del “daño” con el que la naturaleza nos ha construido, tan distante a esas leyes de belleza heteronormativa y caucásica que han colonizado el imaginario de nuestra especie. Incluso el efecto alcanza a la propia protagonista, Demi Moore, quien es aplaudida por su valentía y ferocidad al deformarse monstruosamente en este papel, a la vez de ser reconocida por el “increíble pacto” que ha logrado con la juventud a sus sesenta y tantos años, en una suerte de apología temporal de la industria que la sostiene cuando su imagen le resulta efectiva.

Si bien estos escenarios son del todo conocidos, gracias al filme persiste una resaca de anagnórisis que clarifica los mecanismos mediante los cuales opera el mundo. La sustancia está en todas partes: en forma de crema, rutinas de ejercicios, pomadas, pastillas, drogas, dietas y libros de autoayuda. Quienes somos nunca será suficiente.

Coralie Fargeat reafirma que el horror corporal siempre ha pertenecido a las mujeres.

La sustancia

Dirección de Coralie Fargeat

Reino Unido / Francia, 2024, 141 minutos.

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Verónica Bujeiro

(Ciudad de México, 1976). Egresada de la licenciatura en Lingüística de la enah, guionista y dramaturga. Es autora de los libros La inocencia de las bestiasNada es para siempre y Somos animales en peligro. Bululú autobiográfico. Ha sido becaria del Imcine, del Fonca y de la Fundación para las Letras Mexicanas. Es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte.