El siglo de la barbarie

Tonatiuh Gallardo Núñez
diciembre de 2024-enero de 2025

 

 

Armarnos unxs a otrxs, Mar Coyol, 2018, óleo sobre lienzo


En 1926 Sigmund Freud dejará por escrito una sentencia que no ha dejado de oprimir como un fantasma el cerebro de los psicoanalistas: “[...] la vida sexual de la mujer adulta continúa siendo un dark continent para la Psicología.”[1]

Es interesante notar que Freud haya aludido justamente en inglés a este continente negro[2] en su fallo sobre la sexualidad femenina.[3] Si bien ya casi transcurrían 50 años de la publicación de Henry M. Stanley Through the Dark Continent (1878) —donde acuña dicha imagen para referirse al África—; la conciencia europea aún no se despejaba de la brutalidad y los excesos que cometieron las turbas de Leopoldo II de Bélgica durante su saqueo maniático del Congo.[4]

Joseph Conrad, sobre todo en la primera parte de su célebre Heart of Darkness (1899) —cuando Charles Marlow llega a la primera estación de La Compañía—, retrata con claridad justo la caótica y violenta ceguera que dominaba la ambición de los conquistadores belgas. El escritor ruso-británico logra así comunicar sin ilusión la insania con la que los europeos no sólo arrasaron con la naturaleza; sino que además permite entrever cómo este frenesí los condujo a destrozar a la población nativa en su vehemente afán por el lucro. En sus distintas travesías por el corazón de las tinieblas, la obra de Conrad nos ofrece una imagen tanto de los “demonios” que pueden azorar el alma de sus personajes cuando se enfrentan con “lo elemental de la naturaleza y del hombre primitivo”[5]; así como delinear la frontera con lo desconocido, la silenciosa obscuridad que se encuentra más allá, y la locura de quien se enfrenta contra sus fantasmas proyectados desde la concavidad de lo nocturno.

Una de las imágenes más sugestivas de lo que el continente negro pudo significar para el hombre de finales del siglo XIX —y principios del XX— la encontramos cuando Marlow se topa con un buque de guerra francés anclado cerca de la costa:

No había ni siquiera una choza ahí, pero el buque disparaba contra la espesura de la selva [...] Su bandera colgaba flácida como un trapo; las bocas de los cañones de quince centímetros descargaban sus proyectiles desde la parte inferior del casco; el oleaje grasiento y viscoso columpiaba el navío perezosamente hacia arriba para después dejarlo caer, balanceando sus delgados mástiles. En la inmensidad vacía de la tierra, el cielo y el agua, allí estaba la embarcación, incomprensible, disparando hacia un continente. ¡Pum!, descargaba uno de los cañones de quince centímetros; una pequeña llama brillaba un instante y se desvanecía, un poco de humo blanco se disipaba en el aire, un pequeño proyectil emitía un débil silbido... y no pasaba nada. No podría pasar nada. Había un toque de locura en este proceder, y una sensación lúgubre y absurda en el espectáculo [...][6]

Tenemos ahí una efigie de la ilustración[7], cobijada por el romanticismo, confinada a la demencia por la codicia y el anhelo imperial (o, para decirlo de manera correcta: por la desbocada expansión de los monopolios capitalistas que desembocaría en la carnicería de la Primera Guerra Mundial). La densidad de la obscuridad del continente negro no sólo extinguía todas las luces al encadenarlas en su interior; sino que producía durante la vigilia cualesquiera de los caprichos monstruosos que la razón era capaz de engendrar. Incluso Conrad no se escaparía por completo.[8]

Si bien el escritor ruso-británico buscó introducir infructuosamente una delgada línea entre el conquistador y el colono para intentar desconocer el núcleo que compartían las empresas imperiales del rey de los belgas y la reina Victoria[9] —cosa que, sobre todo, podemos leer en Youth (1898)[10]—; el novelista nigeriano Chinua Achebe acusa a Conrad de “dramatizar África como un lugar de negaciones [...] en comparación con el cual se manifestaría la gracia espiritual de Europa”.[11] Según nos relata Cedric Watts, para Achebe, en las novelas de Conrad “los negros se muestran deshumanizados y degradados, vistos como entes grotescos o como una turba aullante; se les niega la palabra, o se les concede sólo para condenarse a sí mismos por su propia boca”.[12] En pocas palabras: así como la figura del negro resulta de una operación blanca, así también el dark continent no sería más que un espectro de la imaginería europea. Ahora bien, considero que de la misma manera habría que leer la proposición freudiana sobre la sexualidad de la mujer.

Para 1932, Freud dirá que una parte de lo que los psicoanalistas varones veían como “enigma” alrededor de la figura de la feminidad se disipó a partir de la investigación de mujeres psicoanalistas como Ruth M. Brunswick, Jeanne Grot y Helene Deutsch.[13] Es decir, detrás de las sombras que envolvían a la sexualidad de la mujer en la teoría freudiana, no había mucho más que un constructo masculino.

Podríamos decir, entonces, que cuando la Psicología dejó de ser una ciencia hecha exclusivamente por varones se comenzó a disipar el enigma del continente negro de la sexualidad femenina. De la misma forma, a la noche de Samuel P. Huntington y su “choque de civilizaciones”, habría que oponer la lucidez de Confucio y su “aprendizaje mutuo entre civilizaciones”.[14] O, para pensarlo en términos de Conrad, a los excesos de la vileza humana encendida por el lucro y el prestigio, una “humanidad vigilante”[15].

En 1903, en una carta a Roger Casement, Joseph Conrad se sorprende de que la consciencia de Europa tolerara la existencia del Estado del Congo; “es como si el reloj moral se hubiera retrasado muchas horas [...] y los belgas fueran peores que las siete plagas de Egipto”.[16] ¿Qué escribiría ahora de la aberración bélica desencadenada por el sionismo[17]? ¿Qué diría, por ejemplo, de la destrucción sin parangón que podemos observar casi en tiempo real actualmente en Palestina? En el fondo, no son más que las mismas huestes, furiosas por las mismas ideas, pero con una maquinaria tan destructiva que sólo pudo ser imaginada por un Marinetti rabioso.

Hoy más que nunca se ha abierto libre vía a la vesania y, justo como Kirylo Razumov, “hemos visto nuestra esperanza trocada en terror”[18]. El siglo XXI se ha ido encausando como el siglo de la barbarie.


[1] Sigmund Freud, “Análisis Profano,” en Obras Completas, tomo III (Madrid: Biblioteca Nueva, 1973), 2928. Énfasis en el original.

[2] Como posteriormente será traducido por José L. Etcheverry.

[3]Wir brauchen uns dieser Differenz nicht zu schämen; ist doch auch das Geschlechtsleben des erwachsenen Weibes ein dark continent r die Psychologie”. Sigmund Freud, “Die Frage der Laienanalyse,” en Gesammelte Werke, band 14 (Londres: Imago, 1955), 241. Énfasis en el original.

[4] De lo más accesible, el libro King Leopold's Ghost de Adam Hochschild sería una buena introducción a esta cuestión.

[5] Joseph Conrad, “An Outpost of Progress”, en Heart of Darkness and Other Tales (Oxford University Press, 2008), 5. La traducción es mía.

[6] Joseph Conrad, “Heart of Darkness”, en Heart of Darkness and Other Tales (Oxford University Press, 2008), 114-115. La traducción es mía.

[7] Cedric Watts nos recuerda que en 1876 Leopoldo II declarará con respecto a la conquista del Congo: “To open to civilisation the sole part of the globe which it has not yet penetrated, to pierce the darkness which envelops the entire population: this, I venture say, is a crusade worthy of this century of progress.” Citado en: Cedric Watts, “Introduction”, en Heart of Darkness and Other Tales (Oxford University Press, 2008), xvii.

[8] Actitud típicamente británica, cabría pensar. No está de más recordar cómo incluso un pacifista como Bertrand Russell llega a justificar las empresas bélicas con fines civilizatorios. Véase: Bertrand Russell, The Ethics of War, International Journal of Ethics, Jan., 1915, Vol. 25, No. 2, 127-142.

[9] Los españoles no serían tampoco ajenos a esta sinrazón. Baste para el caso la campaña “héroes y santos” desplegada por la ultraderecha; o el “populismo intelectual reaccionario”, como bien lo nombra José Luis Villicañas en su libro Imperiofilia – y el populismo nacional-católico.

[10] Por ejemplo, en la carta al editor del Times donde Stanley se lamenta de “la impresión producida en otras naciones por la divulgación de ciertos actos realizados por los ingleses en África”, argumenta en su defensa: “In order to rule them [the natives], and to keep one's life amongst them, it is needful resolutely to regard them as children [...] It is only by shewing ourselves superior to the savages, not only in the power of inflicting death, but in the whole manner of regarding life, that we can attain that control over them which, in their present stage, is necessary to their own welfare, even more than to ours”. Henry M. Stanley, The autobiography of Sir Henry Morton Stanley (Boston y Nueva York: Houghton Mifflin, 1909), 377.

[11] Citado en: Watts, “Introduction”, XXI. La traducción es mía.

[12] Ibidem. La traducción es mía.

[13] Véase: Sigmund Freud, “33a conferencia. La feminidad,” en Obras Completas, vol. XXII (Argentina: Amorrortu, 2006), 121.

[14] Tal y como lo está realizando actualmente China en su Festival Cultural Internacional que conmemora el cumpleaños número 2,575 de Confucio.

[15] Watts, “Introduction”, XXI.

[16] Conrad, “An Outpost of Progress”, 192 y 193. La traducción es mía.

[17] Un subproducto del imperialismo británico, cabría acotar.

[18] Joseph Conrad, Alma rusa (España: Espuela de Plata, 2015), 152.

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Tonatiuh Gallardo Núñez

Psicoanalista. Licenciado en Psicología y maestro en Filosofía de la Ciencia por la UNAM. Candidato a doctor en Historia y Filosofía de la Ciencia por la misma institución. Investigador y curador asociado en el archivo del Centro Vlady de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México.