Tianquiztli nanawatzin, Mar Coyol, 2024
En el aniversario de un siglo del fallecimiento de Joseph Conrad, hacemos una reflexión sobre sus caminos cruzados alrededor del Congo con otro funcionario, aventurero e hijo de migrantes, Roger Casement. Se utilizan, para ello, algunos de los aportes de intelectuales que se han agrupado bajo la crítica poscolonial y particularmente en cómo esta perspectiva nos lleva a pensar en la colonización como un proceso que condiciona simultáneamente a los espacios y sujetos de las colonias y las metrópolis, y que, en ello, incluye al deseo.[1] Comenzamos entonces con un encuentro azaroso en Matadi, en las tierras altas del Río Congo, en 1890, donde se inicia una amistad que los dos hombres mantuvieron a distancia hasta la publicación de los “diarios negros” —black diaries— en 1916 contra Casement, caballero de la Corona transformado en traidor y prisionero en la Torre de Londres.
Los dos hombres pasaron varias semanas compartiendo una habitación en el Congo belga, como empleados de la colonización, organizando a porteadores nativos para transportar caucho y marfil desde Matadi a Leopoldville y Kinshasa. Para ese año, Conrad era un marinero recién llegado, contratado por la Asociación Belga, mientras que Casement venía actuando como facilitador para la Asociación Internacional Africana por seis años.[2] Todo ello se hizo bajo el liderazgo de Albert Thys y Henry Morton Stanley, que acompañaron la farsa filantrópica del “Estado Libre del Congo” y que benefició personalmente con cientos de millones de francos al monarca Leopoldo II. En ese sentido, ese encuentro de 1890 no tenía nada de fortuito, sino que estaba formateado por las posibilidades y limitaciones de la empresa colonial, como bien lo retrata Edward W. Said en Out of place: a memoir, de 1999.
Conrad y Casement se despidieron de forma amigable e inmediatamente sus caminos se desviaron: dos años después, Casement fue enviado como empleado del Servicio Consular Británico al protectorado de Nigeria y luego nuevamente al Congo, donde pasó más de una década acumulando información incriminatoria para la presentación de su reporte de 1904; Conrad continuó algunos años más su labor como marinero mercante, visitando su Ucrania y Polonia natales, pero se retiró alrededor de 1894 para dedicarse exclusivamente a escribir, en gran parte debido a las complicaciones de salud que le trajo su tiempo en África, incluyendo gota y malaria.
Si bien Conrad desiste de participar integralmente del movimiento reformista y reporte de Casement, en su característica mezcla de nihilismo y autocrítica, conecta a su antiguo colega con otro amigo, Cunninghame Graham, ferviente antiimperialista y socialista. En correspondencia privada Conrad expone su reticencia a esos proyectos, aduciendo sus enfermedades crónicas, una naturaleza humana irremediablemente cruel y un universo finito al borde de la extinción por la muerte de las estrellas, que hace a todo lo anterior un trágico sinsentido.[3] Aun así, Conrad cedió parte de sus cartas con Casement para fortalecer la denuncia del reporte de 1904, declarándose como uno de los testigos oculares de las atrocidades de la Forcé Publique, y aportando algo de su prosa literaria, irónica y de ensueño, al lenguaje sobrio y estéril de su amigo.
Así, Conrad se burlaba de los alegatos usados para la privatización de Leopold II, que decía querer acabar con la trata trasatlántica y luego con el tráfico humano de los sultanatos árabes, para en su contemporaneidad estar imponiendo una nueva forma de esclavitud con la expoliación compulsiva del Estado Libre del Congo[4] de la que también habían sido cómplices. En ese contexto acontece el segundo encuentro, en enero de 1904, cuando Casement viaja durante un día entero desde Londres a la casa de Conrad en Kent; ambos, nuevamente, describen de forma sucinta pero contundente a la compañía del otro como un placer.[5]
Como en el Corazón de las tinieblas, con cambios de nombres y omisiones de hechos que acechan al escrito desde las cartas y diarios que disponemos de Conrad, la figura de Casement es una sombra que persigue las posibles inspiraciones del autor; hay algo de Marlow o un poco de Kurtz en ese caballero humanitario[6] A la vez, los reportes de Casement sobre Congo, en 1904, y Perú, entre 1910 y 1912, son fantasmeados por sus propios diarios, donde conviven su nacionalismo irlandés y explícita homosexualidad[7] ambos vedados por el ethos imperialista británico y, eventualmente, por el propio Conrad.
En un extraño espejo del racismo de Conrad, bien denunciado por Chinua Achebe y Edward W. Said[8] y cuyos defensores han querido minimizar, aquellos que abogan por Casement han pretendido mermar el deseo y prácticas queer contenidos en sus diarios, entendiéndoles como una pura fabricación de la maquinaria imperialista para dañar su imagen pública y asegurar su procesamiento.[9] Nos parece más interesante reflexionar cómo los escritos de estos dos hombres, hijos y retractores del imperialismo, procesaron experiencias tan símiles de formas tanto diversas, con sus propios espectros acechando la palabra escrita. Mientras Casement sentía afinidad por los pueblos congoleses y peruanos desde su propia condición como un sujeto colonizado bajo el mandato británico,[10] Conrad recordaba a su padre, arrestado y exiliado por sus actividades revolucionarias contra el Imperio ruso; aún más, creía que un balance dinástico entre las potencias europeas se había quebrado por el ascenso político militar de Alemania y del Estado nación, por lo cual toda proyección materialista indefectiblemente acabaría en una puja imperialista.[11] Hay allí un acercamiento pero restablecimiento inmediato de las barreras —ontológicas, raciales, imperiales— con el sujeto colonial, tanto en el propio Conrad, en ese distanciamiento del reformismo, así como en sus personajes, particularmente en Corazón de las tinieblas, mientras que en Casement hay una radical pero momentánea fusión con sus amantes, los trabajadores sexuales y esas miradas fugaces en los contextos coloniales de Perú y Congo,[12] retratados gráficamente en esos diarios paralelos que, aunque ocultos, deben de haber informado los esfuerzos de sus reportes .
Un tercer encuentro nunca ocurrió en 1916. Conrad se negó a participar en el petitorio para liberar de la cárcel a un Casement desprestigiado por su triple traición: al Imperio británico —en su condición de revolucionario irlandés que confabuló con un enemigo en tiempos de guerra—, a la religión protestante —en su conversión al catolicismo en su último día— y al régimen de la heterosexualidad —en un carácter “pasivo” y en los espacios de las colonias—. Casement fue ejecutado como un criminal y su cuerpo enterrado bajo químicos usados para víctimas de plagas contagiosas en el predio de la prisión; patologizado, feminizado y “torcido” se le negó su estatuto como caballero del Imperio británico pero también como mártir del Alzamiento de Pascua. La imagen de Casement no sobrevivió ni en las propias memorias de Conrad, que para ese mismo año calificaba a su antiguo amigo como un ser extremadamente sentimental y embarcado en un proyecto fatídico, en una caracterización similar a la usada para el conjunto del pueblo irlandés.[13]
Conrad, nacido como Józef Teodor Konrad Korzeniowski, falleció en 1924, enterrado bajo una placa que inscribió erróneamente su nombre polaco. A Casement, asesinado en 1916 y cuyo nombre galaico fuera Ruairí Dáithí Mac Easmainn, nunca se le sepultó en Irlanda del Norte, como había sido su último deseo. Que la justicia halle a esos hombres en sus identidades subyugadas por el imperialismo, que hizo posible una amistad que terminó por quebrantarse.
[1] Anne McClintock, Imperial leather. Race, gender and sexuality in the colonial conquest, Routledge, 1995.
[2] Anthony Bradley, “Heart of Darkness: Conrad, Casement, and the Congo”, en Ariel. A Review of International English Literature, núm. 2-3, vol. 34, abril – mayo 2003, pp. 197-214.
[3] Hunt Hawkins, “Joseph Conrad, Roger Casement, and the Congo Reform Movement”, en Journal of Modern Literature, núm. 1, vol. 9, otoño 1985, pp. 65–80.
[4] Ibid., p. 70
[5] Anthony Bradley, op. cit., pp. 201-203.
[6] Id.
[7] Roberto Carlos de Andrade, “Hearts of Darkness: the experience of ‘horror’ in Roger Casement’s writings - the fabrication of an antihero”, en Ilha Do Desterro, núm. 1, vol. 72, 2019, pp. 29-40.
[8] Cfr. Chinua Achebe, “An image of Africa: Racism in Conrad’s heart of darkness”, en Massachusetts Review, núm. 1, vol. 57, 2016, pp. 14–27, y Edward W. Said, Cultura e imperialismo, España, Anagrama, 2001.
[9] Roberto Carlos de Andrade, op. cit., p. 32.
[10] Ibid., p. 33.
[11] Hunt Hawkins, op. cit., pp. 73 – 74.
[12] Raffi Kiureghian, “Tracing the ‘Unmappable Zone’ of Black Sociality in Conrad and Casement”, en Conradiana, núm. 1–2, vol. 51, verano – otoño 2019, pp. 31–43.
[13] Roberto Carlos de Andrade, op. cit., p. 34.
Estudiante del Doctorado en Humanidades de la Unidad Xochimilco de la uam.