Un entomólogo en su trabajo. Litografía de G. E. Madeley, 1830
—¡Perfectamente! También yo existo.
Stein a Marlow, Lord Jim
Para hablar de Conrad es siempre imperante entrar y salir de nuestro horizonte de expectativas. Es necesario señalar los conflictos culturales que se abordan en sus libros, su vigencia y su crítica. Por ello propongo, a pesar de lo brutal de la práctica, diseccionar al espécimen que se encuentra en su novela Lord Jim, observar sus características, su relación en las figuras de cuerdas que, irónicamente, desata.
El primer libro que leí de Joseph Conrad fue El corazón de las tinieblas. Lo mentaron en una clase de literatura, no recuerdo el motivo. Creo que era una materia de poesía, y tal vez he reconstruido los hechos, pero estoy casi seguro de que fue a raíz de un poema de Borges llamado “Singladura”. A los pocos días fui a una librería, lo busqué entre los estantes de Literatura Universal, y para mi sorpresa era un libro pequeño con un nombre extraordinario. Lo compré, comencé a leerlo en el metro: en dos días lo había terminado.
Después descubrí la película, larga y poderosa como el nombre del libro; sin embargo, algo me gusta más de la novela: la capacidad de hacerme oír al mar, sentir el oleaje mientras avanzaba en la lectura. El espécimen Conrad es particular. Ligero, imperfecto, vuela en círculos que se elevan y se precipitan como el huracán. Es difícil llegar a él, tiene muchas patrias, pero la definitiva es el inglés —la nación de un escritor es la lengua en que escribe—. Prefiere la brisa marina al viento de la estepa eslava; puede llegar desde muchas desembocaduras: la poesía, la narrativa, el ensayo. Siempre aparece surcando el mar de algún librero polvoso.
Hemos atrapado al lepidóptero Conrad. Y aunque es una crueldad tener que disecarlo, a veces hay que tomarlo de las alas, llevarlo a la caja Petri con alfileres.
Analizar a Conrad es un entrar y salir de las historias que enmarca con su prosa. Releer cada línea, cotejarla, encontrar su relevancia actual. Vuela alto, se posa sobre una pila de barro y debemos acercarnos lentamente, a gatas, para capturar al espécimen, igual que lo hace su personaje Stein. Una vez capturada la mariposa, debemos pesarla, observar sus dimensiones que pueden variar. Después hay que saber transitarlos, pues como señala Néstor García Canclini, para analizar la hibridación cultural hay que aprender a salir y a entrar en la modernidad. ¿Conrad es “moderno”? Sin duda, con todo lo que ello significa. El es tránsito seguro, siempre se llega al final, mas no a la “finalidad”. En este caso, al extender las alas que son las tapas del libro físico —delgadas si son de editoriales masivas—, nos encontramos con una formación sobre las escamas del insecto: Lord Jim. El ejemplar es más robusto que su pariente congoleño, tal vez más imperfecto, pues al tacto comienza a deshacerse en muchas voces. Aún se mueve, aunque está atrapado entre las redes de nuestras manos: lo extendemos, nos habla del Patna, de la vergüenza de Jim, de los deseos de Marlow por ayudarlo. Sonríes al reconocer el último nombre, es un viejo conocido y aunque él no te saluda como tú esperarías, está dispuesto a contarte otra historia, a ser tu guía en esta disección.
¿Cómo se mata a una mariposa? Después de atraparla, se le debe tratar con mucha delicadeza, evitar que aleteé rápido. Al inicio el insecto puede luchar, pero el agotamiento le da una silenciosa aceptación: una vez que las energías se terminaron, es momento de llevarla al primer ataúd que tendrá, mas no el último. Se toma un frasco con pedazos de algodón remojados en alcohol —el formol es más efectivo—, y se le deja que lo aspire. Poco a poco cesan los espasmos en las alas. Se ha dormido para siempre. Una muestra del colonialismo que nos llega hasta el día de hoy: volver a la muerte un proceso quirúrgico.
El personaje de Stein es aficionado a esta práctica. Marlow lo presenta así:
La suave luz de una bondad sencilla, incansable e inteligente, iluminaba su larga cara barbilampiña. […] Imaginábase uno, al verle, que ya a los veinte años debía de tener un aspecto muy parecido al que presentaba ahora, a los sesenta.
Stein es el perfecto representante del colonialismo: de ser un republicano que enarbola la libertad como valor occidental, se convierte en viajero, para terminar como naturalista. Aunque la descripción es más larga, recupero los dos periodos anteriores. El primero nos habla de la lucidez del personaje, la solemnidad que de él irradia y justifica el motivo de Marlow de querer contarle todo sobre Jim, esperando que le dé un consejo. No es azaroso, Donna Haraway ya dice que es la biología el perfecto estado de clasificación colonial. El segundo, porque es parte de la esencia de la mariposa, aunque Stein sea el cazador: no hay lepidópteros viejos, mueren en plena juventud. El comerciante alemán ha logrado salir de la crisálida, y se ha mantenido con las alas extendidas, siempre al vuelo. Capturarlo es nuestra misión, solo así podremos entender su objetivo en la trama.
En Culturas híbridas, García Canclini pone sobre la mesa la dificultad de analizar las culturas desde los rasgos de pureza clasificatoria. Stein es un caso de este fenómeno: explorador colonial, se convierte en parte de la aristocracia local, una especie invasora que modifica el entorno. “Sólo hay una forma de dejar de ser uno mismo”, le dice a Marlow cuando lo visita en su palacio. La frase aumenta su fuerza cuando se describe el espacio diegético desde donde se nombra; en medio de tumbas de mariposas, estos elementos que han sido capturados por el afán naturalista del viejo.
El caso de Jim mantiene a Marlow en una cruzada por la salvación del joven, y acaso la única persona que puede ayudarlo es aquel anciano que en el asesinato cree salvar a la belleza y al orgullo contenidos en los pliegues de la mariposa. En parte, son ellos quienes le dan muerte a Jim, pues sólo así el joven recuperará el honor perdido en el falso hundimiento del Patna. Sólo hay una manera de dejar de ser uno mismo.
En el capítulo XX de Lord Jim es donde, de alguna manera, se traza el destino de la novela y del personaje principal. En el XIX, vemos a Marlow llegar a la casa de Stein. Nuestro amigo desea plantearle la situación de Jim. Stein le pide que descanse, que a la mañana siguiente podrán hablar con calma. El anciano saca un bonche de alfileres, marca las esquinas del cadáver que tiene entre sus manos: crucifica a la mariposa. Encuentro al lepidóptero como una metáfora de la hibridación cultural a la que hace referencia Canclini: el objetivo colateral de las aventuras de Stein, pues aunque no es necesaria para ganar la guerra física, sí lo es para satisfacer su guerra espiritual, el dominio de lo desconocido.
En este capítulo vemos el anuncio de lo que será la suerte de Jim. Stein y Marlow conversan en uno de los pasajes más hermosos de la literatura, dialogan al mismo tiempo en que vemos la extensa colección de lepidópteros. Stein escucha, Marlow cuenta lo que nosotros ya sabemos, y las mariposas nos engañan fingiendo que vuelan, esas víctimas que son honradas en los museos, pero lo único que se va al cielo es la genialidad de Conrad. Deciden el lugar al que deberá ir Jim: Patusán, y las tareas que deberá hacer para resguardarse en el capullo, comenzar una retro metamorfosis y así recuperar ese impulso y amor propio que ha sido herido. Pero toda transformación es dolorosa, como lo es nuestra hibridez cultural debido a la globalización que ya se auguraba en el imperialismo del siglo xix. No se cambia para la vida, sino para mejorar nuestra muerte.
Una vez que el bicho ha muerto, comienza el proceso de secado y, como se imaginarán, de colocar los alfileres. Debido a que el cuerpo se encuentra fresco, en algunos casos hasta humedecido, es más sencillo manipular las extremidades, estirar las alas. Es la crueldad del conocimiento. Marlow suspende su relato cuando sabe que el destino de Jim fue signado y terminado. Nos enteramos de los pormenores mediante cartas que el narrador y otros curiosos encuentran. Jim recupera el honor, sí, pero es a partir del sacrificio que él mismo se impone. El amor, la amistad, el dolor, es el precio que se debe pagar por transitar dentro y fuera de nuestras concepciones culturales, como es la culpa y la vergüenza. Por ello no es azaroso, a mi parecer, que la novela termine con un Stein envejecido, acariciando los estuches de cristal de sus mariposas. También él ha cumplido su ciclo, y como ya dije antes: no hay mariposas viejas.
Becario de la Fundación para las Letras Mexicana 2023 – 2024. Es autor de los libros La casa de cristal y otros siniestros y Nictálopes. Colaborador de Revista Primera Página