Indóciles: en pos de lo extraordinario

Mario Panyagua
Septiembre-octubre de 2021

Indóciles, libro conjurado por la pluma de la polifacética escritora Maira Colín, transpira dolor, mas la experiencia resulta purificadora. Estas páginas reflejan una blancura que hiere la vista y cala hasta los huesos. Maira nos conduce (literalmente) de la mano por una galería de transgresores, bitácora de vidas rotas, museo de seres en pos de lo extraordinario, esto en la primera parte del libro que, irremediablemente, desemboca en “El silencio en los hospitales”, segunda fracción del poemario al que parece recorrer una corriente de aire, un aire encerrado tras cristales nebulosos y muros ampos, hálito dolorido que esculpe la piedra verso a verso hasta erigir un hospital alabastrino, un “palacio de invierno”, diría Verlaine.

“La lucidez es la herida más cercana al sol”, apuntó René Char en sus Hojas de hipnos. La poeta cumple a cabalidad este aforismo: cada poema "como si fueran postales de la psique" encarna un aposento desde donde penetramos para, siempre, encontrar las heridas de estar vivo.

Los resplandores, invernales también, de los indóciles de la primera parte, contrastan con la depresión, el desasosiego, la locura desnuda frotándose contra nuestras susceptibilidades y las vergüenzas de la segunda parte de la obra. El efecto que prevalece tras su lectura es que estamos en una especie de limbo que nos enfrenta al espejo de niebla de nuestros más profundo temores: nuestros monstruos.

Podría llamar teratología poética al contenido porque mediante la lectura de estos versos, la mente se desacomoda; la lógica estructural de lo interno se desploma. Sin embargo, la construcción de Indóciles es razonada y limpia; no hay grandes retruécanos lingüísticos, prescinden de la descolocación y la terminología facultativa por la simple razón de que no necesitan de ello. Estos versos tienen el efecto de caer como una piedra sobre el agua y tocar directo el fondo. Las imágenes son nítidas, las palabras son claras, el ritmo es lapidariamente sosegado.

Desde el primer poema, Maira, sin ambages, nos advierte de qué tratan sus versos. Dice sobre Virginia Woolf: “Es mentira que antes de dar/ los pasos definitivos,/ colmó sus bolsillos/ con esquirlas de rocas./ La locura es un cúmulo/ de blanquísimas piedras/ que llenan el cuerpo/ hasta ahogarlo”. Imposible no asociar el final de la Woolf con el de Alfonsina Storni o el de la poeta Carolina Von Günderrode con el de Paul Celan, quien padecía constantes depresiones y delirios, y quien peregrinó por varios nosocomios.

La transgresión se gesta también en la homo y la transexualidad, en el amor que no se nombra, como “l’extravagant Oscar” le llamaba, personaje retratado en los versos que componen Oscar Wilde fue un hombre del norte. A estos poemas los acompaña Lorca y su fuga a Nueva York; Lili Elbe y su deseo de concebir a base de escalpelos y cálculos de antediluviana anatomía; en los tabúes que Anne Sexton supo visibilizar en su poesía intimista en donde conspiran su insondable melancolía, sus adicciones, las depresiones posparto y los intentos de suicidio.

En otra tesitura está un poema luminoso sobre Alison Lapper: “Fracaso en la mirada/ para aquellos que aseguran:/ Esto no es una mujer./ Acaso se trata de un error,/ un orden fracturado,/ una malograda vida”. Poema que nos lleva a escudriñar la existencia de esta Venus de Milo contemporánea, ese mármol: Alison Lapper Pregnant.

Todo enfermo mental es Sísifo cargando con la piedra de su locura hacia la cumbre del día para luego, irremediablemente, volver a empezar, sólo que el tiempo, sin remedio, se disuelve. Todos los días parecen el mismo, hilo por donde van los locos como funámbulos, porque, nos dice Maira en los versos de “Ahogarse en el aire: Los locos son equilibristas,/ intentan echar raíces/ al filo de la cuerda floja./ Miran la soga/ como terreno fértil,/ como nueva metáfora./ La enredan en sus cuellos/ hasta tener los ojos bien abiertos”.

Los poemas conformados por versos, en su mayoría, penta y heptasílabos, afianzan el ritmo con aquellos de arte mayor que aparecen, por lo regular, en eneasílados y endecasílabos, a veces contrapunteados por cesuras. Otras tantas, se encabalgan en cadencia o trote sostenido, camino a la metáfora hasta que logra mostrarnos un otro lado que solo la mirada de Maira puede percibir.

Es Indóciles un testimonio doliente desde donde la autora escudriña la locura parada al borde de un puente o un helero, cual si contemplara un paisaje de abismos y tinieblas envuelta en nebulosas de trifluoperazina.

Indóciles

Maira Colín

México, uaem, 2020, 69 pp.

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Mario Panyagua

(Ciudad de México, 1982)

Fue becario en la especialidad de Poesía del programa Jóvenes Creadores del Fonca durante 2015-2016. De su autoría son los libros Pueblerío, Una película extranjera sin subtítulos (inédito) y Los cisnes no cantan cuando mueren. Actualmente se desempeña como docente en el Programa de talleres de la uacm.