Onésimo Dutalón o la máquina voladora que conoció a los selenitas

Juan Pablo Anaya
Julio-agosto de 2021

 

 

Fotograma coloreado a mano del filme Le Voyage dans la lune, dirigido por Georges Mèlie en 1902. Imagen: Wikimedia Commons

 

Onésimo Dutalón llegó a la luna en 1775 en un carro volador construido con sus propias manos. Su proeza hizo posible el primer encuentro con vida extraterrestre.

Originario de la población de Bayliage d’Stampe, en Francia, Dutalón migró en su juventud a París, donde se dedicó al estudio de la geometría y la física de Isaac Newton. Pero regresó a su ciudad a desarrollar su investigación, y ahí trabó amistad con un eclesiástico de nombre monsieur Desforges. A él le comunicó, por primera vez, su proyecto de construir una máquina voladora. La actitud de Desforgues ante su secreto lo hizo presentir que, a penas se le viera volar por los cielos, se le llevaría a la hoguera. Cercano a concluir su máquina, huyó a las islas de Calaminas, en Libia, para proseguir con sus experimentos.

A la manera de los viajes de circunnavegación de El Cano y Magallanes, el primer vuelo de Dutalón exploró los cielos de la totalidad del continente Africano. Su curiosidad por la geografía lo llevó a buscar por los aires, en un segundo viaje, el lugar en el que se tocan Europa y América. Así descubrió al norte de ambos continentes el mar glacial que los une. En el tercer viaje, siguiendo el consejo de Newton de que los mejores observatorios de estrellas se encontraban en las altas montañas, aterrizó en las cimas consideradas como las más altas en su época: “la de Tenerife, en las islas Canarias” y la “de Pichincha”, en el Virreinato del Perú. Hoy en día se cree que los lugares donde descendió su nave fueron el Monte de Guajara, lugar clave para la observación astronómica en el siglo xix, en la isla de Tenerife, y el volcán de Pichincha, ubicado en Ecuador.

Tras estas primeras expediciones, Onésimo finalmente emprendió el vuelo que lo llevaría a la luna. En su camino realizó distintos experimentos, entre los que destaca su refutación de la teoría de los torbellinos de René Descartes. Según esta última, la trayectoria elíptica de los planetas en el Sistema solar se originaba en un gran torbellino que mantenía a los cuerpos celestes orbitando alrededor de un centro. Mientras atravesaba el negro cósmico, el científico y navegante arrojó una pipa llena de agua del río Leteo al éter, comprobó que permanecía inmóvil y así pudo reírse un poco de la hipótesis del filósofo. 

Según el testimonio registrado por los selenitas, Dutalón arribó a la atmósfera lunar a “una celeridad increíble” en un “carro o bajel volante instruido de dos alas y un timón”. La fecha exacta de su llegada está consignada en el año 7,914,522 d.i.l. (después del incendio lunar) del calendario selenita, y coincide con el año 1773 d.C. (después de Cristo). Cabe aclarar que los registros en aquel satélite  también consignan el comienzo de una nueva era: se corresponde con la fecha en la que Helios le fió el gobierno de los caballos que guían al Sol a su hijo Faetón, quien no pudo controlarlos y calcinó por accidente la superficie lunar.

La llegada de Dutalón a la luna también coincidió con un breve periodo de intercambio epistolar, de carácter científico, entre terrestres y selenitas. El mismo “Ateneo lunar” que recibió a este primer astronauta, se encontraba reunido en aquel momento para responder a una misiva recibida desde la Tierra. Alguien, que se hacía llamar “el atisbador” u observador “de los movimientos lunares” registraba en una carta, enviada desde Mérida, Yucatán, las llamadas sizigias (fechas de los recientes alineamientos de la Luna, la Tierra y el Sol) y las cuadraturas (los momentos en que estos tres cuerpos celestes habían conformado un ángulo recto) de los últimos años. La carta, extrañamente fechada mediante la cronología babilónica en el 5 del mes epifi del año de Nabonasar 2510, asienta sus observaciones no sólo mediante el computo de los años cristianos, sino también a partir del calendario judío moderno, nabonasareno, ático, egipcio, arábigo y pérsico. Dada la importancia de las observaciones recibidas, los selenitas convocaron a un congreso con los “mejores computistas” lunares “versados en la historia del globo terráqueo”. Remeltoín, el Secretario del Ateneo, consignó, por órdenes de su presidente, los resultados de la reunión y la expedición de Dutalón, quien narró ante los presentes la historia de sus descubrimientos y hazañas. Los selenitas solicitaron a Dutalón que entregara su respuesta a los terrestres, con los resultados del congreso, en la península de Yucatán. Dutalón aceptó, y para darles tiempo de redactar su informe, pidió instrucciones para sobrevolar el hemisferio lunar. Se le informó entonces acerca del diámetro de la Luna con respecto al de la Tierra y la trayectoria que debía seguir surcando tres regiones: el Monte de plata, el País de los sordos y los Campos Eliseos.

La misiva enviada desde la luna dirigida al Bachiller Don Ambrosio de Echeverría, quien probablemente conocería al Atisbador de movimientos lunares, cayó en manos del fraile franciscano Manuel Antonio de Rivas. Ante la posibilidad de que este último fuera promovido dentro de la orden al cargo de Provisor (sacerdote que vigila la legalidad de la actuación administrativa en una diócesis) sus compañeros rencorosos lo denunciaron ante el Santo Oficio culpándole, entre otras cosas, de creer en la existencia de vida extraterrestre y de haber escrito el documento que hoy se conoce como Sizigias y cuadraturas lunares, en el que aparece la historia que he tratado de recrear en este escrito. Es por ello que las hazañas de Dutalón permanecieron fuera de los anales de la historia de la ciencia y de la técnica.

Mientras investigaba los archivos de la inquisición para escribir su libro, La literatura perseguida en la crisis de la Colonia (1958), Pablo González Casanova encontró la misiva de los selenitas que hemos referido a lo largo de este texto. Gracias al trabajo realizado por Carolina Depetris, en 2009, una edición de esta carta extraterrestre y una selección de distintos fragmentos del proceso inquisitorial sufrido por Manuel Antonio de Rivas fue publicada por la unam. Actualmente, Sizigias y cuadraturas lunares (el título abreviado del manuscrito) puede descargarse de manera libre en la página de Aparato cifi, sitio Web que busca la divulgación de aquellos hechos de la tecnociencia, sucedidos entre el río Bravo y el Suchiate, que han pasado inadvertidos.

En una época obsesionada con la colonización del espacio y el descubrimiento de vida extraterrestre, el rescate de las hazañas de Dutalón —narradas en el manuscrito que fue arrebatado hace centurias de las manos de Rivas— reestablece el lugar que le corresponde a este aventurero y científico cuya curiosa inventiva no pudo dejar de mirar hacia los cielos. Los logros ingenieriles para la construcción de su máquina voladora, los cálculos matemáticos que fueron necesarios para su proeza, su rol en la exploración de la superficie lunar así como su figura de embajador científico en los debates con los selenitas, hacen de Dutalón una figura aventajada en términos de conocimiento e inventiva; un precursor intempestivo de nuestro presente.

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Juan Pablo Anaya

(Ciudad de México, 1980)

Coordinador del proyecto Aparato cifi, estudia el doctorado en Filosofía en la unam y es maestro en Filosofía y Literatura por la Universidad de Warwick. Publicó el libro Kant y los extraterrestres (Tierra Adentro, 2012), una colección de ensayos que entrecruza el discurso filosófico con la narrativa y el ensayo literario.