Lo que revela un segundo plano. El dragón blanco y otros personajes olvidados

Julio Romano
Mayo-junio de 2021

 

 

Seguramente nos ha sucedido que vemos una fotografía o un cuadro en cuyo primer plano hay una serie de personajes riéndose, posando o haciendo cosas trascendentes y significativas para la humanidad, y decimos que está muy bien, que es muy importante que ese momento se haya capturado para siempre porque esos personajes llevan unas vidas dignas de serlo y nos vamos con esa idea. Pero en el fondo, detrás de ellos, a un costado, en una esquina, en el límite de la fotografía o el cuadro, vemos a otro personaje que aparentemente no estaba llamado a la inmortalidad. En esos personajes que proveen o quitan algo a los héroes sobre quienes caen todos los reflectores, en aquéllos cuyos destinos u orígenes pareciera que no importan tanto, se fija la mirada de Adolfo Córdova a lo largo de los seis relatos que integran El dragón blanco y otros personajes olvidados (2016). En sus presencias se concentran estas narraciones, y Córdova saca a estos personajes del segundo plano para convertirlos en los protagonistas de sus historias.

Con El dragón blanco recordamos historias que marcaron nuestra infancia o nuestra juventud, en distintos soportes (en forma de libro, de película, de narración oral homéricamente distorsionada por el magín de nuestros padres o abuelos), nos reencontraremos con algún personaje que nos haya parecido entrañable o cercano, descubriremos un lado suyo que tal vez no habíamos visto: más complejo, más humano.

Adolfo Córdova echó mano de ficciones ya existentes que configuran su propio universo imaginativo, pero su aportación no es menor ni anecdótica. A personajes de distintas épocas y culturas, Córdova los hace confluir en un mismo universo, en el que todos estos seres están en contacto. Y aunque las mismas ficciones ocurran en épocas distintas (Alicia en el país de las maravillas y Los cisnes salvajes transcurren en eras distantes), Córdova las hace pertenecer a un mismo universo, a un mismo continuo.

Un comentario aparentemente aleatorio soltado por una hechicera en “El Rey Cisne” prefigura lo que sucederá muchos años después en “El gato en el tren de pensamientos”; el mismo fruto que da pie a “El nacimiento del alado Rey Mono” marcará “La suerte del dragón blanco”. Ordenados cronológicamente, los relatos de El dragón blanco y otros personajes olvidados revelan un continuo de transformaciones y magia y su adaptación a diferentes épocas (conforme lo fantástico se destierra de la cotidianidad, aquélla tiene que encontrar subterfugios para sobrevivir ante el cada vez más apabullante dominio de la lógica, lo racional, lo posible y lo newtoniano). Y esto sucede un poco a la manera de Las metamorfosis, de Ovidio, ese complejo tejido de historias aparentemente inconexas de transformaciones que, sin embargo, explican el funcionamiento de un solo universo.

Córdova nos hace volver no sólo al mundo de las transformaciones, los hechizos, los príncipes y las brujas —que sería irse por la vía fácil—, sino que también pone en la mesa la complejidad del carácter del individuo que se enfrenta a un conflicto que no siempre es fácil resolver, a la lucha contra la nostalgia y el peligro de que nos arrastre al pasado o nos retenga en un tiempo que ya no existe, de los sentimientos encontrados, de los sueños no realizados, del amor perdido, del delirio, de la angustia ante la vida cotidiana, de los obstáculos inherentes a eso que unos llaman vida y otros destino: el tránsito de una dimensión conocida a otra que apenas intuimos.

“La hermosa niña del pelo turquesa” no es solamente una interpretación o propuesta sobre el pasado del hada que interviene en la vida de Pinocho y un rescate o recuperación de su mundo feérico. En Córdova, la exploración del personaje trasciende lo anecdótico y profundiza en su psique, en su carácter, en su alma.

El hada metamórfica (que es loba y ave y cordero y niña de pelo turquesa) posee, a la manera del rey Midas, una maldición: a su contacto, los hombres quedan transformados en árboles. Por ello cuando el joven Lorenzini —¡ah, el guiño!—, instrumento de su poderoso padre, la busca para poder estar en contacto con él, el hada se transforma. Pero basta un descuido (tan humano) para que la ilusión que empezaba a construirse se desmorone: antes de poder convertirse en oveja para que Lorenzini la pudiera abrazar, él se adelanta y la toca. Infinita tristeza del hada:

 

[la hermosa niña del pelo turquesa] Quiere que la entierren al pie del pino que es Lorenzini, para que sus raíces se encierren alrededor de su cuerpo y él la abrace de nuevo y acaricie su pelo color turquesa. Cuando descubre lo que han hecho los espíritus, no se queja. Sabe que es justo, que había renunciado a su naturaleza de hada, que ya no tenía la entereza. Y se encierra otra vez en su casa. Y desea dormir hasta la muerte.

 

Los personajes de los cuentos, aun con sus dotes, virtudes y poderes sobrenaturales, son humanos, y como nosotros, tienen fallas, incertidumbres, debilidades.

El protagonista de “El Rey Cisne” es un hombre cualquiera que está inconforme consigo mismo, con una parte de sí mismo que considera horrenda, atroz: en vez de brazo, tiene un ala, que le recuerda su pasado de ave, un pasado que añora ante una deformidad que le impide construir su destino. Una suerte de noble Ricardo III que no ansía el poder sino una vida feliz. Atrapado entre dos mundos, preferiría no pertenecer a ninguno. Representa también la insatisfacción constante consigo mismo: “Siendo ave, extrañarías ser hombre”, le dice uno de sus hermanos, que recuperó sin mayor complicación su forma humana.

El delirio y la nostalgia, la añoranza de un tiempo ido para siempre que se pretende recuperar a cualquier costo son los motores que impulsan los ocho relatos breves de “Los niños perdidos” sobre los destinos de los pequeños que siguieron en su aventura a Peter Pan. Mientras Michael desvía de su ruta original el tren lleno de niños huérfanos que dirige ­y que debería haber llevado a buen destino­ para así convertirse en el guía que ha perdido, Tootles libera a unos padres acusados de infanticidio por estar convencido de que dos pequeñas escaparon volando por la ventana, como él hizo en su infancia; mientras un respetado científico se decanta por el estudio de animales fantásticos, un no menos respetado banquero invierte su fortuna en la confección y equipamiento de un buque pirata, como los que veía en su niñez —y no sabemos si con su papel de banquero buscará compensar las deleznables acciones que lleve a cabo en su faceta de pirata, o si con su faceta de pirata buscará compensar las deleznables acciones que lleva a cabo como banquero—.

Wendy aceptará, serena, en el altar su estable e infeliz destino: Peter Pan no irrumpirá, como ella espera, en medio de su boda para impedir que nada se consuma. Él optará por la ausencia; ella, por el silencio.

Como toda buena vida, cada cuento tiene también algo de tragicomedia. La hechicera de “El gato en el tren de pensamientos”, nos dice el narrador, “Podía convertir con facilidad a un hombre en animal (decía que la mayor parte del trabajo ya estaba hecho), pero el hombre siempre conservaba alguno de sus rasgos”. Y en “El Rey Cisne”, no falta quien, ante la trágica visión de vida del protagonista, se burle jocosamente de su doble condición de humano y bestia, como si no fuéramos todos nosotros poseedores de ella.

El libro cierra con el cuento que da pie al título del libro. De él podemos aprender que de toda dificultad que parece insalvable puede surgir algo brillante y heroico.

Riki Blanco es responsable de las ilustraciones que acompañan la narración. A más de su papel estético, en las imágenes se puede rastrear uno que otro guiño que también sirve de agujero de gusano entre los cuentos que conforman el volumen. El dragón blanco y otros personajes olvidados evidencia que Adolfo Córdova, a pesar de su interés por personajes secundarios, está llamado a ser uno de los protagonistas de la escena literaria mexicana de los próximos años.

El dragón blanco y otros personajes olvidados

Adolfo Córdova

Ilustraciones de Riki Blanco

México, FCE, 2016, 128 pp.

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Julio Romano

(Ciudad de México, 1983)

Maestro en Literatura Mexicana por la Universidad Veracruzana. Ha publicado cuentos y ensayos en revistas como Lenguaraz, Texto Crítico y Este País, entre otras. Su libro No verás el alba obtuvo el Premio de Cuento Ricardo Garibay 2013. Compiló la obra de Eufemio Romero bajo el título La incógnita y otras obras, publicado por la Universidad Veracruzana.