Proclama de la resistencia

Mariana Orantes
Marzo-abril de 2021

 

 

 

Discurso de la Junta del Partido Único Felinista tras el rechazo absoluto del autoproclamado Feminismo Auténtico Radical Transexcluyente (F.A.R.T.)

Proclama de la resistencia del 21 de enero del año xxxx

[Inicio de la transcripción]

[Sube al estrado la camarada Rxxx Vxx, conocida en nombre clave para garantizar su seguridad como La Hiena Suprema]

[Silencio en la sala]

Los hombres tienen miedo. En algún momento de la historia tenía que suceder: la fachada del palacio comenzó a desmoronarse y ahora muestra que, detrás del esplendor aparente, hay un nido de serpientes; espinas atraviesan las paredes y el techo está próximo a caer. Los hombres tienen miedo. Se nota en su forma de expresarse, en la violencia con la que intentan mantener formas obsoletas de relacionarse, en cómo esconden la mirada cuando son señalados. Tienen miedo del escarnio. Tienen miedo de los sentimientos que los atraviesan porque durante años y años les han dicho que ellos son, deben ser, los fuertes. Pero ninguna fortaleza puede durar para siempre. Ningún ejército es invencible. Los hombres tienen tanto miedo que incluso tienen miedo de otros hombres. El hombre es el lobo del hombre, han dicho, porque el hombre se sabe depredador. Los más listos dirán que se trata de una frase que engloba a la humanidad entera porque, como ya sabemos, el vocablo activo hombre engloba al siempre pasivo mujer: quienes creen que el lenguaje no refleja el pensamiento de una sociedad deberían analizar mejor las construcciones semánticas que nos cargan a las minorías en términos de sumisión. Pero tienen razón: las mujeres también podemos depredar y por eso los hombres tienen miedo, porque no conocen las nuevas formas con las que nosotras demostramos que tenemos hambre. No pueden entender que todos estos siglos hemos vivido muriéndonos de hambre, porque el hambre es una forma de injusticia. Tenemos sed de ternura y hambre violenta que reclama la voz que se pensó perdida. La historia no es un cadáver putrefacto que cargamos a cuestas; la historia es dinámica. Los símbolos que están en la raíz humana y que nos afectan en las relaciones son mutables. Es posible cambiar los paradigmas de nuestra propia existencia. Es posible cambiar las relaciones.

El pacto patriarcal ha permitido que nuestros cuerpos sean de dominio público en la vida y en la muerte. Lo mejor que tiene quien es verdaderamente poderoso es permanecer oculto, sin fotografías de ningún tipo rondando las vías rápidas de información. Quienes pertenecemos al grueso de la humanidad común hemos sido fotografiadas de niñas, de adultas, con nuestras fotos filtradas y nuestra intimidad inmediata revelada. ¿Quién no tiene una foto de su desayuno, de la mascota en la cama, de las juntas virtuales que muestran el lugar que decimos sentir seguro? De los que en verdad dominan el mundo a veces ni siquiera conocemos sus nombres, ya no digan una fotografía de verdad íntima, en su lugar seguro. Peor aún, nosotras hemos cedido con gusto cada espacio de nuestra intimidad exterior e interior para mantener una falsa sensación de comunidad. Después de mucho tiempo, sin embargo, hemos logrado entender que el solo acto de tomarse una fotografía, como si fuera un trofeo, en una manifestación, okupa o huelga no es hacer comunidad, ni es conectar. Toda empatía a nivel humano se genera de la experiencia: como cuando se mueve la tierra bajo tus pies y de inmediato comprendes el miedo de la otra. La compasión es más difícil, pues no requiere experiencia en común y es un acto de amor en el que no cabe razonamiento. A eso habría que aspirar en la raíz humana.

La primera imagen que sacudió mi experiencia vital fue una imagen que transgredió los límites de la empatía, la fragilidad, la intimidad y la compasión. Eran los tiempos del terror. En ese entonces yo tenía 11 años y el mundo un extraño fulgor amarillo ocre que bañaba el patio de la escuela en los días de primavera. Hacía un calor sofocante por las noches, pero a mis mejillas regordetas y quemadas por el sol no les importaba ni el calor ni el ajetreo: pasaba las noches en vela viendo películas de terror, de guerra o eróticas. Alimento acedo para un alma que ya comenzaba a resquebrajarse. Las imágenes de las películas ya no me asombraban y entendía los asuntos sexuales un poco mejor que aquellas compañeras que no veían pornografía.

Pero el animal humano es un animal curioso. Aunque reconozca la muerte, el sexo o la violencia en la ficción, no es capaz de interiorizar el hecho hasta que lo reconoce en otro tanto como en sí mismo. ¿A qué me refiero? Digo que la imagen donde comprendí la muerte fue la fotografía en un periódico que mostraba el cadáver de una niña de mi edad al ser desenterrada de un bosque cercano. Esa niña era mi mejor amiga y en su cuerpo torturado vi mi propia muerte, la muerte en abstracto, la muerte de muchas otras, la muerte que ronda sobre la cabeza de las mujeres.

A partir de ese momento surgió la primera pregunta:

1. ¿Es así como somos observadas? ¿Es así como nuestro cuerpo es apreciado, como un algo de lo que se puede disponer para después desechar? La percepción nos dice que no tenemos completa certeza ante el mundo hasta que alguien más reafirma con su experiencia lo que nosotras intuimos y, de cualquier manera, incluso con una experiencia común, nunca tendremos certeza absoluta. Ante la percepción generalizada del mundo, ¿soy una persona o soy una cosa?

La segunda imagen que he venido hoy a compartirles como nervio expuesto de un músculo es la imagen por la cual decidí romper por completo con el F.A.R.T. Los hechos sucedieron durante el primer año de la larga pandemia que planteó preguntas a escala mundial que hasta entonces creíamos como certezas. Por entonces, antes de que la Ciudad de México reventara debido a la centralización absurda y al egoísmo desmedido de habitantes y políticos, yo vivía en la llamada colonia Obrera, a una cuadra de Tlalpan. Ese día necesitaba comprar alimentos, así que me coloqué el cubrebocas (ese instrumento de tela que se volvió tan emblemático como restrictivo) y salí con mi compañera de departamento. Afuera, parecía una tarde cualquiera hasta que cruzó frente a nosotras una chica sin zapatos, dando tumbos. Me acerqué a preguntarle si estaba bien. Era una chica trans, golpeada, cubierta de sangre, con los ojos llorosos. Olía a una combinación entre solvente y alcohol; con la mirada perdida, babeaba sangre y mocos mientras balbuceaba que la habían golpeado porque le tenían envidia. Mi compañera de departamento fue por gasas, agua oxigenada y unas chancletas; yo me quedé a acompañarla. Entonces, la chica trans comenzó a contarme que su hombre la había abandonado y que ella en verdad lo amaba. ¿Cuántas veces no hemos escuchado esa misma frase en tantas otras historias, libros, canciones o incluso en nosotras mismas? Después, me miró con un gesto de verdadero dolor y dijo: yo soy una mujer, yo soy una mujer. Se me hizo un nudo en la garganta. Despacio, sacó de su bolso una piedra grande que colocó en mis manos al tiempo que su voz cortada por las lágrimas confesaba: me tenía que defender. Tomé la piedra y la coloqué al pie de un árbol. Ante mí desfilaron los símbolos que nos han hecho humanas, la primera mano manchada con el primer asesinato, como en la fábula bíblica. Porque la piedra es un símbolo poderoso. Es el cimiento sobre el que asentamos la casa, erigimos templos, construimos santuarios o colocamos para el fogón del hogar. Es en el hogar donde la primera piedra marca el comienzo y la destrucción del hogar marca nuestra propia muerte. ¿Cuántas mujeres más tendremos que ser parte de la piedra fundacional para los cimientos seguros de los movimientos sociales? Las herramientas del amo nunca desarmarán la casa del amo. No sólo eso.

En mi mente se fijó una idea que abreva de la primera pregunta:

2. Si observamos la historia de la pornografía e incluso nuestra relación con el sexo, parece que es una relación en la cual no cabe la menor duda, no hay una posibilidad de modificar los paradigmas. Como si no hubiera relación entre el ente social y el ente sexual. Quienes pregonan que las mujeres somos mujeres porque tenemos una vulva, una vagina, unos ovarios, óvulos y ya está, separan al yo del ente social y lo reducen a una parte minúscula del enorme complejo. Es una disminución que elimina toda evidencia de mí misma para dejarme como un trozo de algo simplificado: me reducen a un solo aspecto que comparto con otras hembras mamíferas, para después convertir ese aspecto simplificado en lo más importante de mi ser. Es así como de repente lo que tengo entre mis piernas se vuelve un mito de lo que tiene que ser el sexo. Me vuelvo un órgano sin sentimientos, sin esperanzas, sin anhelo, sin luchas, sin emociones, sin rabia, sin dudas. Me vuelvo el mito de la mujer que tanto se pondera en el patriarcado, así que ¿no es esa una contradicción del feminismo que dice ir a la raíz y que excluye a lxs camaradas Trans? ¿En qué momento el Feminismo Auténtico Radical Transexcluyente (F.A.R.T.) también me puede cosificar y anular como ente complejo? De nuevo, ¿soy una persona o soy un órgano que tiene una función simbólica para su lucha y no admite mi compleja relación con el mundo?

La respuesta es que soy todo. Soy yo, soy mis órganos, soy mi cerebro, soy el sentimiento de quien soy, soy lo que no me pueden arrebatar, soy el cúmulo de mis esperanzas. Soy lo que me enseñaron mis abuelas, soy la experiencia dolorosa de mi carne, soy las relaciones que he construido con mis amigas, con los hombres, con mis amantes, con mis enemigos. Soy lo que decido nombrarme porque el simple hecho de nombrarme como tal cambia la realidad. Soy mi pensamiento complejo con emociones revueltas, la supervivencia y mi piel morena, el vínculo con los animales y las plantas de mi casa; soy mi propia vergüenza. Soy el miedo y la oscuridad, el símbolo del martirio, soy Perséfone y Medusa y Casandra; la virgen, la nueva diosa y el canto que llena cada rincón del alma.

No dejemos que nos reduzcan y eliminen nuestra experiencia vital. La reducción del humano a una característica y el uso de esa característica como justificación para violentar es el principio de todos los actos atroces que ha presenciado la humanidad.

¡Camaradas! Hoy nos reunimos para celebrar nuestra lucha como feminismo simbolista, pues creemos que todo símbolo puede ser cambiado desde la raíz y que nada es fijo ni permanente, sino dinámico. Viva el Felinismo. Viva la vida. Viva la resistencia.

[Fin de la transcripción]

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Mariana Orantes

Escritora. Es autora de los libros de poesía El día del diente de leche y La casa vertebrada, así como de los libros de ensayo Huérfanos, La pulga de Satán, Los caballeros se quedan a descansar y Visita guiada al mundo de los muertos. En 2020 obtuvo la beca de escrituera creativa Montserrat Roig, Barcelona Ciutat de la literatura-unesco por su libro Autos, moda y discos punk.


Fotografía: Alejandro Arteaga

 

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