A mí también me duele
A propósito de los 40 años de Queremos tanto a Glenda

Gabriela Astorga
Noviembre-diciembre de 2020

 

 

Las efemérides son siempre azarosas. Al paso del tiempo le ponemos pausas ocasionales para recordar que no hemos olvidado. Con un imaginado rigor, preferimos celebrar aniversarios de diez en diez o de cinco en cinco; nos inclinamos por recordar los cuarenta años de Queremos tanto a Glenda, aunque también podríamos detenernos en los setenta y un años de Las Hortensias, de Felisberto Hernández; los cuarenta y uno de Río subterráneo, de Inés Arredondo; los treinta y dos de Silencio, de Clarice Lispector, o los veinticinco de Delito por bailar el chachachá, de Guillermo Cabrera Infante. Si bien nuestra memoria literaria está enmarcada por jerarquías y valores construidos durante años, en las efemérides hay mucho de apego y lecturas personales.

Traemos al presente obras que asumimos que han atravesado airosamente la distancia crítica, pero al estar condicionada al acto de lectura, la celebración de una obra literaria está cargada de vínculos emotivos más caprichosos y difíciles de justificar. Así, celebrar la publicación de un libro no es más que otra manera de recomendarlo, de llamar a otros lectores para ponderar su valor literario, de sentirnos menos solos.

En una entrevista publicada unos meses después de la aparición de Queremos tanto a Glenda, Cortázar afirmaba que ese libro eran “simplemente diez cuentos más”.[1] Según el autor, algunos cuentos incluídos en lo que sería su penúltimo libro de narrativa breve se parecen demasiado a sus primeros relatos. En efecto, en los diez cuentos que conforman la obra están presentes las obsesiones del autor: el cine, la fotografía, la música. Varios de ellos caben al calce en la postulación de Ricardo Piglia sobre el cuento posmoderno: el texto presenta dos historias, la de la lectura y otra oculta que se teje en contrapunto y que el lector desconoce hasta su revelación en el final que queda abierto sin una explicación unívoca, como en “Texto en una libreta”, cuyos personajes desaparecen de la ciudad para rehacer su vida en los túneles del subterráneo; o las historias que conocemos a medias a través de las paredes en “Historia de migalas”; o la mezcla entre invención y realidad en “Historias que me cuento”, que recuerda a la estructura de “Continuidad de los parques”.

Sin embargo, en los cuentos de Queremos tanto a Glenda hay una inquietud por contar que los aleja de la primera producción cortazariana y los acerca más al “Diario para un cuento”, último cuento publicado por el argentino. La imposibilidad de contar se ve en los diez cuentos que componen el título de distintas maneras. Está, por ejemplo, el discurso ecfrástico de “Clone”, cuya nota final (ajena y no al cuento) explica la pretensión de construir no sólo una representación verbal de un discurso musical, sino, a partir de la portada del disco, desarrollar personajes que representan un instrumento musical y que interactúan para “ajustarse al molde de la Ofrenda musical de Johann Sebastian Bach”, a su vez caracterizada por no tener indicados los instrumentos que intervienen en la ejecución. Así, el diálogo fragmentado entre un coro de madrigalistas que narra una aparente infidelidad entre sus miembros intenta contar con palabras el sonido y la duración de la pieza de Bach, a partir de referencias de otra pieza musical, de la que el autor confiesa saber muy poco.

La imposibilidad de nombrar se hace más evidente en otros cuentos como “Orientación de los gatos” o “Anillo de Moebius”. En el primero, el narrador cuenta la manera en que conoce a la mujer que ama, cómo cada vez que ella entra en contacto con una obra de arte se revela algo nuevo de su esencia que él no sólo es incapaz de descubrir, sino de nombrar; así, cada vez que mira a Alana, sólo puede nombrar todo lo que desconoce de ella. En el segundo cuento, que cierra el volumen, las dos historias propuestas por Piglia se hacen evidentes y se contraponen para narrar la historia de una violación y un homicidio en medio del bosque, desde la perspectiva de la víctima y del perpetrador. El cuento se desarrolla en dos historias que se funden en la violencia que carcome la capacidad de nombrar la vida humana.

La violencia tiene un papel fundamental en otros dos cuentos. En “Recortes de prensa”, un escultor y una escritora se enfrentan al testimonio de una madre argentina que desde el exilio pide justicia para su hija y su esposo asesinados, y su hijo y nuera desaparecidos por la dictadura militar. Es el único cuento en que la Historia se cuela de manera explícita en la obra: es la única referencia a la situación argentina que llevaría a Cortázar a optar por la nacionalidad francesa apenas unos meses después de la publicación de Queremos tanto a Glenda. El recorte de periódico retomado por Cortázar abre la puerta en el cuento para lo extraño. Después de leer el testimonio, la escritora sale a la calle en donde se ve inmiscuida en una historia de violencia intrafamiliar que acaba en tortura; la narración incompleta y confusa de esa noche acaba siendo el texto que la escritora ofrece para acompañar la obra del escultor, sin saber que esa historia también acabará siendo un recorte de periódico sensacionalista. Los recortes, entonces, exploran el poder y los alcances de la palabra para describir actos innombrables como la tortura; representan cómo se relaciona un lector con el mundo después de conocer esos actos, como si después de enfrentarse a ella, la violencia fuera parte irrenunciable del diálogo que se puede establecer con el mundo.

En “Graffiti”, la violencia se une con la écfrasis. Ambientado en un indefinido contexto de censura y persecución, el cuento narra el diálogo entre un personaje (Tú) y una mujer desconocida a través de dibujos que realizan a escondidas en las paredes de las calles. El personaje empieza el juego como un reto a la policía y al miedo: cada noche garabatea algo en una puerta o una pared, cada noche en un lugar distinto para no dejar pistas. Una sóla vez se atreve a escribir algo: “A mí también me duele”, frase borrada casi de inmediato por la policía. Después de la frase, empiezan a aparecer dibujos al lado de los suyos como entablando un diálogo. En la búsqueda de la mano cómplice, el narrador es testigo de la detención de una mujer que parece ser su interlocutora a la que nunca logra ver del todo. Tras guardar silencio un tiempo, se decide a reanudar las pintas que, por primera vez, duran más de una noche, y en la que halla una pequeña respuesta que no es de ella, sino parece ser ella o lo que queda de ella; una especie de testamento para pedir que las pintas no cesen.

Los diez cuentos de Queremos tanto a Glenda son, de cierta manera, como los dibujos en las paredes de “Graffiti”. Incompletos, a veces a escondidos y en busca de un interlocutor. Hay en los relatos juegos de espejos, dobles, mundos que se desdoblan. Hay también ausencias tan dolorosas que pesan, desaparecidos que no están “ni muertos ni vivos”, como dijera el infame dictador argentino. Todo en los cuentos es un juego de escondidas o de apariciones.

Los cuentos que ahora cumplen cuarenta años se ofrecen a lectores dispuestos a dialogar con la obra, que no sean sólo capaces de completar las historias fragmentadas, o de lanzar una interpretación más, sino de decir “A mí también me duele”. Me duele la incapacidad de asir a la persona amada, la búsqueda de la obra de arte perfecta, la infidelidad tanguera; el testimonio de la madre del recorte de periódico, las madres que buscan a sus seres queridos, nuestras muertas, los dibujos y las pintas y las cosas que se han dejado de hacer y de escribir en este país.

A cuarenta años de su publicación, traemos al presente Queremos tanto a Glenda porque en este año incierto cabe recordar que también le podemos poner nombre a lo que desconocemos.

Las efemérides son azarosas, pero como dijo Cortázar en la entrevista citada: “Cuando el azar funciona dentro de un contexto de fuerzas positivas hace muy bien las cosas. No sólo encuentra caminos imaginativos, sino también caminos históricos. Los elementos aleatorios nos llevan a tumbos por nuestro camino. Pero al azar hay que ayudarlo, darle posibilidades para que actúe favorablemente”. Sirva esta invitación como empuje al azar, como un llamado a una lectura que tal vez nos revele dolidos y rotos, pero también menos solos.


 

[1]El País, 28 de marzo de 1981.

Queremos tanto a Glenda

Julio Cortázar

México, Nueva Imagen, 1980, 139 pp.

 
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Gabriela Astorga

(Ciudad de México, 1983). Es licenciada en Lengua y Literaturas Hispánicas por la unam. Miembro del consejo editorial de Malpaís ediciones y de la coordinación general de NoFM Radio, donde conduce el programa Buen Día, Gorilas.


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