Ecos de una lengua imaginaria

Rafael Toriz
Septiembre-octubre de 2021

 

En el que acaso sea su libro más bello, Gilles Deleuze legó una cita de Proust que conviene traer a cuento: “los libros hermosos están escritos en una especie de lengua extranjera”. Resulta difícil por no decir imposible añadir algo más a la contundencia de la frase: ahí donde el arte verbal acontece, queda trastocado el orden del mundo, revelando abismos y placeres inéditos que expanden, con gesto casi imperceptible, la gratuidad de nuestros umbrales. A ese vértigo increíble, que transforma el mundo desde su advenimiento, pertenece Mar paraguayo, la obra señera del brasileño Wilson Bueno (1949-2010), degollado en Curitiba frente a su escritorio en 2010 a cargo de un prostituto, crimen miserable e impune puesto que su asesino confeso fue absuelto en abril de 2014.

La reedición de esta novela a cargo de la editorial argentina Interzona es uno de los hitos editoriales recientes por lo que implica y lo que comporta, puesto que se trata de una obra que no sólo trastoca dos lenguas el portugués y el español sino a que al engendro luminoso emanado de su cópula el portuñol le inyecta, híbrido salvaje, los dulcísimos frutos enervantes del guaraní. Frutos aparentes, al fin y al cabo, ya que el guaraní, si a algo se parece, es a una desbandada de pájaros en llamas, lo que torna las páginas de Mar paraguayo un cielo iluminado como los que incendian todas las mañanas del mundo con sus tardes los horizontes sudamericanos.

Dije antes novela pero todo indica como señala Néstor Perlongher en el prólogo a esta bellísima edición que estamos más bien ante un extrañísimo poema, o más bien, frente una creatura fantástica: “el portuñol es indeciso, intempestivo, mutante, no mantiene fidelidad sino a su propio antojo, desvío o error”. La prosa de Bueno inventa una lengua que le da forma a un territorio, desdibujando las fronteras aparentes entre Argentina, Brasil y Paraguay mientras otorga acta de nacimiento a una identidad nómada mediante un sonido que electriza la sintaxis: en las páginas de Mar paraguayo la lengua es un animal selvático que ruge como un jaguar pero sobre todo canta como pájaros invisibles que se disgregan a la manera de los ríos en innúmeros arroyos. La prosa de Bueno nos recuerda que en nuestros tristes tropiques la única riqueza al alcance del deseo suelen ser las posibilidades de la lengua: esa materia orgánica que es puro flujo en movimiento, un diálogo con los detritos que arrastra a su paso el río barroso del lenguaje.

Ejercicio de fornicación permanente, su existencia es también un gesto político único, que como tal exige ser aquilatado (de manera parecida a lo que sostuvo en una entrevista alguna vez el autor: “deseé dar una respuesta estética al aislamiento histórico en que se encontraban sumergidas las lenguas del continente hispanoamericano. Al mismo tiempo, todo me indicaba la dirección de un personaje que fuese un poco nuestra alma común, nuestra alma cachorra y perturbada por el drama”). En el portuñol de Mar paraguayo laten los ecos de grupos exterminados, voces en los que resuenan los cuentos de la madre negra y los llantos de las voces indígenas y sus huérfanos perennes: la lengua de Bueno imagina un territorio más ancho y más vasto para multiplicar los límites de la experiencia (y de paso pone en entredicho la frase de Miguel de Cervantes respecto a que el portugués sería “un castellano sin huesos”, creando una amalgama fecunda y americana).

Obra que cabalga entre la poesía y la prosa en un sendero sembrado de prosodias, profusiones y parodias, se trata de un lenguaje mutante que sin duda habría satisfecho a sensibilidades extremas como Guimarães Rosa, Vilém Flusser o Héctor Murena, creadores ellos mismos de lenguas dentro de la lengua: delirios lógicos/sensibles sobre los que descansa lo mejor de la literatura que acaso se escribe hoy y con suerte se publicará mañana, si es que aún tendremos mundo.

Por lo demás, es una flagrante mentira que Paraguay no tenga mar: oculto a simple vista, para llegar a sus costas hay que hacerlo susurrando.

Mar Paraguayo seguido de Canoa Canoa

Wilson Bueno

Buenos Aires, Interzona, 96 pp.

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Rafael Toriz

(Veracruz, 1983)

Es egresado de la Facultad de Lengua y Literatura Hispánica (Universidad Veracruzana). Entre sus publicaciones destacan Animalia, editado por la Universidad de Guanajuato, y Metaficciones, editado por la unam, ambos en 2008. Publicó La distorsión en 2019.