La escritura de la imagen
Entrevista con
Cynthia Rimsky

José Antonio Gaar
Marzo-abril de 2021

 

 

 

La literatura de Cynthia Rimsky (Santiago de Chile, 1962) pertenece a esos artefactos narrativos donde la fotografía, la crónica, el ensayo y el montaje son los elementos protagónicos. Para acercase a su narrativa, habría que leer Poste restante (Sudamericana, 2001/Editorial Entropía, 2016), su primera obra, donde ya está todo lo que habría de hacer en Ramal (fce, 2011) y El futuro es un lugar extraño (Random House, 2016), sus textos más famosos. En el marco de la FIL Guadalajara 2019 sostuvimos esta charla.

 

Comienzo a leer tu escritura y encuentro una influencia insistente de Walter Benjamin. Calle de dirección única o El libro de los pasajes, pienso. Tu literatura la relaciono mucho con esos escritores que buscan perderse.

Yo me pierdo, también, porque soy muy volada. Y porque soy muy indecisa. En el momento que debo tomar una decisión, siempre tomo la incorrecta. Parece que tengo un afán expreso por no tomar el camino recto, por no llegar a las cosas. Me interesa más el trayecto que lo que alcanzo. También tiene que ver con Walter Benjamin y Georges Perec, y también con la idea de encontrar la poesía en los objetos. Yo escribo y leo desde niña, pero el momento de quiebre es cuando estudiaba periodismo, cuando hice el viaje que terminó por ser Poste Restante. Lo que yo quería, en realidad, era hacer crónicas de viajes, que me las publicaran en algún periódico, pero cuando las empecé a mandar, me dijeron que eran demasiado literarias. Siempre me lo decían. En ese momento, me dije que no me iba a adaptar. Y lo que hice fue extremar la parte literaria, que a mí me parecían crónicas, y ahí empezó el salto. También tiene que ver cuando una amiga me prestó Cuadros de un pensamiento de Walter Benjamin. Con ese libro me fui de viaje y me di cuenta de lo importante que es mirar a los otros, ponerse en su lugar. Observar la periferia y no el centro.

 

Tu libro Poste restante tiene una línea que me da vueltas: “Me gusta más retener imágenes que objetos”.

Desde chica, una palabra que me llamó mucho la atención fue fenomenología. No soy una experta en eso, para nada, pero sí se me quedó grabada la idea de que lo importante no es el objeto, ni la persona, o las dos personas, sino el intermedio, la relación que se establece. Esa relación siempre se va moviendo. Lo que yo hago es mover esos objetos para encontrar nuevos sentidos. Me interesa la construcción de palabras, cómo se van hilando palabras alrededor del objeto. Yo trabajo así: pongo la primera capa, que son los objetos, las anécdotas, y después lo empiezo a leer y a leer, y es increíble cómo del mismo texto surge otro y otro. Eso tiene mucho que ver con una investigación que hice para escribir el tercer libro, Los perplejos. Me acuerdo que cuando estaba investigando para Los perplejos, encontré una cosa que me dejó knockout: los hermenéuticos judíos creían que entre las letras en negro hay otras letras en blanco que nosotros no vemos. Entonces, me metí con la hermenéutica judía —bien desde la ignorancia—, y encontré esta idea de la interpretación, donde primero está lo literal y después vienen capas y capas de interpretación. La anécdota, la historia, quedan abajo, y lo que queda en la superficie es una urdimbre de palabras. Eso me pasa cuando escribo. Yo no tengo problemas en borrar. Creo que lo que borro también se queda.

 

La narradora de Ramal o de El futuro es un lugar extraño me recuerda al Sergio Pitol de El viaje y El arte de la fuga. Ambos trabajaban sobre el intermedio que mencionas. Ambos dejan la experiencia del lugar o describen el lugar como un reflejo de la persona que lo está habitando, cómo esa persona se va formando en esas calles.

Es una lectura de esas calles. La conciencia que uno tiene sobre la mirada de esas calles. Y otra cosa que también me interesa —y que trabaja magníficamente Benjamin— es la idea de que todos los tiempos se juntan. Me interesa mucho el trabajo del tiempo y eso lo empecé con Ramal.  Allí entendí cómo las historias del campo siguen presentes en el ahora. No hay tiempo pasado o presente. Uno puede llegar a percibir todos esos tiempos entremezclados. Cuando yo veo un objeto o una calle, veo el presente, el pasado y el futuro, y entonces en mis libros, Los perplejos y El futuro es un lugar extraño, el lector permanece en un “entretiempo”. Lo que me interesa de la memoria es cómo resuena en uno, no el recuerdo en sí. Es decir, a partir de cómo te resuena en el presente, tú reconstruyes eso desde otro punto de vista, no desde el punto de vista del recuerdo. El recuerdo sólo sirve como una latencia que te permite construir otro sentido. La memoria también es el presente continuo, digamos. Uno se refiere a la memoria como el pasado, y no es así. La memoria está ahora. Esto que charlamos ya es memoria.

 

Tus libros parecen novelas-ensayo. Y agregar fotografías en tus obras, de la forma en que lo haces, las vuelve “fotonovelas”. Me recuerdan mucho a La Jetée de Chris Marker, o a los textos de W. G. Sebald.

Cuando alguien leyó mi primer libro, me dijo: tú leíste a Sebald. Bueno, cuando escribí Poste restante no había leído a Sebald. Lo que pasó con Poste restante fue un accidente. En la mochila, cuando volví del viaje de un año, ya no tenía ropa, sino piedras, boletos, papeles, todas las cosas que aparecen fotografiadas en el libro, y me pareció que eso también era parte del texto. A partir de ahí, siempre trabajo las imágenes como texto y no como ilustración. Lo que me alucina es el between que se arma entre el texto y la imagen, o la escritura de la imagen. En algún momento escribí guiones de cine y televisión para ganarme la vida y lo que más me gustaba era la idea del montaje. Entonces, me parece que armo mis textos de esa forma justamente para poder hacer montajes. Me encanta ese efecto del cine, ¿no es cierto?, cuando tú juntas dos imágenes: por separado dicen una cosa y juntas dicen otra.

 

Historia natural de la destrucción, de Sebald, me parece el gran ejemplo de ensayar sobre la imagen. Toda la obra de Sophie Calle es aún más excepcional. La combinación de literatura con la fotografía, es verdad, produce algo inclasificable. Pero ¿cómo sabes en qué momento esa idea puede fracasar?

Lo pienso todo el tiempo. Y ese es el trabajo. Exactamente eso. Por ejemplo, dudé mucho en poner las imágenes —y cómo colocarlas, que son dos cuestiones distintas— en El futuro es un lugar extraño. Después, cuando ya leí a Sebald, me di cuenta que ese gesto ingenuo mío, tenía una cierta línea y empecé a estudiarla. Para esto, yo trabajo a dúo con una artista visual, Andrea Goic. Y ella diseña mis libros y edita las imágenes. Mis libros, en Chile, están diseñados desde la tapa hasta la última página. Para mí, el libro es todo, no sólo el texto. Es decir, no es un trabajo casual. Nos reunimos, pensamos y trabajamos la idea juntas. En El futuro es un lugar extraño, queríamos que el libro remitiera a un instante de emoción y por eso hicimos un capítulo con las fotografías de los años ochenta. Era importante mostrar a esa gente joven, con esa vitalidad, porque el libro está narrando una historia que puede ser ficcional, pero de repente adviertes que esa gente, de hecho, ya ha abandonado esos ideales, sus utopías, o está muerta. Antes de publicar la novela, hice una prueba en una clase de la Universidad Católica de Chile. Leí un pedazo de la novela y les pasé las fotografías a los chicos. Quedaron impresionados de la diferencia de la juventud de entonces con la juventud de ahora, y eso me incitó a ponerlas. No sé lo que le pasará al lector, pero me interesa esa provocación.

 

Sin embargo, la diferencia, con aquellos autores comparables, es que tú eliminas la autoficción. Y me parece que es una fisura importante.

Menos mal porque es una cosa intencional. Para mí la autoficción llegó a un momento donde el yo ya es una cosa enervante. A mí no me interesa saber lo que me pasa. Siempre tuve una curiosidad genuina por lo otro. Y por eso tomé la idea del viaje porque es una manera, quizás artificial, de estar en otro lugar y dedicarte absolutamente a mirar lo otro. Lo autoficcional me patea el estómago. Aunque sí creo que hay escritura de viaje que es totalmente autoficcional, pero con su ironía lo supera o por lo menos le hace una fractura, como la de Hebe Uhart. De modo que también me interesan esos proyectos que, siendo autoficcionales, trabajan una fisura. Me parece que transmuté lo autoficcional en el trabajo de montaje con los materiales. Yo cambio lo autoficcional por el trabajo formal.

 

Esa idea de fractura que mencionas, me recuerda a la idea de sabotaje en César Aira, un autor que admiras. Una idea de vanguardia, donde la única vanguardia posible en literatura es de tipo sabotaje: escribirla como si fuera normal y convencional, pero meter por debajo algunas fracturas.

Me encanta César Aira. En El futuro es un lugar extraño está la lectura que hice de Aira; sin embargo, en la novela no lo encuentras. Cuando estaba escribiendo El futuro es un lugar extraño, me mudé a Argentina. El cambio de venir de una sociedad conservadora, muy pequeña y provinciana, a Buenos Aires —que es una ciudad muy cosmopolita— y leer a César Aira, me dio libertad. Aira, que se permite una gran excentricidad, me dio una apertura, una libertad para imaginar, para saltar. Pero también me encanta cómo trata lo real. Como él dice, dar un salto hacia lo real. Y me encanta Juan José Saer: cómo hacer cantar el material, cómo cambiarle de signo al material documental. Quizá lo estaba haciendo de manera intuitiva, pero al leerlos a ellos, me dio el permiso de hacerlo más gozosamente. Me gusta mucho lo que hace María Moreno, María Sonia Cristoff y Leonardo Sabbatella. Me encanta Antonio Di Benedetto, me parece increíble. La distancia me dio libertad. Me permitió una crítica sin tapujos, y esa crítica la convertí en algo más literario. Pero no a todas las personas les pasa. Ayer platicaba con Nona Fernández y decía que ella no puede escribir desde afuera, por ejemplo. Pero hay algunos que necesitamos tomar una gran distancia. Una distancia como la dice John Berger: distanciarse para asociar y acercarse para escrutar. Y en este movimiento, que es como la aguja en el telar, uno va creando la intimidad con el texto.

 

Eres una escritora poco convencional en Chile. Una escritora extraordinaria. Cuando conversé con Alejandro Zambra y Kurt Floch me dijeron que eso a veces es un contratiempo.

Cuando salió Poste restante, nadie lo tomó en cuenta porque no tenía con qué conversar. Los perplejos, lo mismo; Ramal, también. Después de pensarlo mucho y sufrirlo, acepté que mi camino es solitario. No participo en encuentros de escritores, no trato de estar en el ranking. Siempre he sido contracorriente. No me gusta estar en ningún bando, ni siquiera en “el secreto mejor guardado”. Poste restante y Ramal, sobre todo, no son novelas tradicionales. Están armadas como caleidoscopios, con distintos materiales. El futuro es un lugar extraño es más lineal. El nuevo libro que voy a publicar, La revolución a dedo, es un relato más extraño. En cada libro quiero hacer una pequeña variación porque, si no, me fastidio. Estoy tratando de meter todas las formas del montaje, de materiales diversos, en la novela. Es decir, cómo hacer que eso ya no esté por fragmentos, sino que esté incorporado textualmente. También estoy pensando en escribir una novela con varias voces, cambiando al narrador —cosa que nunca he hecho—. Quiero hacer un montaje entre las cosas que pasan, que exista un tiempo vacío entre ellas y que sea el lector quien lo tenga que llenar. Simplemente escribo, trato de armar un pequeño proyecto —que no sé si lo logro, pero voy construyendo algo—. Y eso es todo.

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José Antonio Gaar

(1991)

Es periodista y locutor en Radiotelevisión de Veracruz (rtv) y profesor de Historia del Arte en la Universidad Veracruzana.


Fotografía: José Antonio Gaar

 

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